domingo, 20 de abril de 2014

Crónicas tunecinas

"La Tunisie, c'est la folie". Eso fue lo que respondí a unos chavales que me preguntaron cuáles eran mis impresiones sobre su país, mientras viajábamos en un tren destartalado hacia la capital, imbuido de extraños olores y miradas curiosas. Y es que para un europeo (o mejor dicho, una europea) pasar desapercibido en Túnez, no es fácil; especialmente con tez clara y cámara de fotos en mano. Si bien al principio resulta chocante para el turista el convertirse en centro de atención de la población local; al cabo de un par de días, se habitua a tal comportamiento, adoptando el modo de vida de las gentes de dicho lugar.

Una de las primeras cosas de las que me percaté al llegar a Túnez es que allí todo sucede a una velocidad vertiginosa; no hay tiempo para pensar, rige el principio de acción-reacción (aunque también se podría decir que no rige principio alguno, imperan el caos y la anarquía). Taxistas que arrebatan maletas de la mano, vendedores que increpan a los viandantes en el zoco y gente (en el 99% de los casos, hombres) que se ofrece a ayudar a las turistas en cuestión, ya sea por pura cortesía o por unos cuantos dinares. Y es que los tunecinos, para algunas cosas tienen mucha prisa y para otras, ninguna.

En lo que se refiere a sus actividades diarias, se las toman con suma calma; es habitual verlos sentados en las terrazas tomando té o fumando "chicha". Se desconoce si tienen oficio o beneficio, pues siempre están dispuestos a acompañar a los extranjeros por las calles de la ciudad, hasta la mismísima puerta del hotel si fuese necesario (si lo hacen con fines lucrativos o por "amor al arte", no se sabrá hasta el final del trayecto). En lo que respecta a la conducción, no pierden el tiempo; al volante, son increíblemente temerarios. No usan cinturones de seguridad, ni respetan las distancias mínimas entre vehículos, circulan a toda velocidad y cruzan de un carril a otro sin ni siquiera señalizar.
En lo que concierne a la seducción, tampoco van despacio. El ritual de cortejo comienza cuando el tunecino se acerca a la turista en cuestión, ya sea porque camina a su lado o porque está sentada en un banco descansando. Tras unas cuantas sonrisillas y murmullos con los colegas, llega la batería de preguntas de rigor (incluyendo nombre, edad, nacionalidad, estado civil...). Especial atención merece al tunecino la edad de la joven; en caso de superar los veinte años, se interesará por la existencia de una hermana menor. Establecido el primer contacto, el tunecino procede al halago de cualidades físicas, dirigiendo a la chica piropos en un chapurreado inglés o francés y, a sus amigos, frases inteligibles en árabe (suponemos que no demasiado respetuosas). A continuación, viene la invitación a tomar algo y ante la negativa de la joven, la petición de foto. Fotos varias en distintas posiciones (sentados, de pie, con gafas de sol, sin ellas...); eso que no falte. Y cuando la despedida es inminente, solicitud de amistad en Facebook. O directamente, petición de número de teléfono o frases del tipo "Yo, contigo, a España".

Como os habréis dado cuenta, Túnez es sin duda un país con encanto. Un país de gente acogedora, que da la bienvenida a sus visitantes ("Welcome to Tunisia"). Un país con olores diversos, agradables los de las comidas y no tanto, los de las calles. Un país ruidoso, con conductores de "bocina fácil" y osados peatones. Un país dominado por basura y por gatos. En todo caso, un país que contagia. Pues al cabo de tres días, el turista ya no se pone el cinturón al subir en un coche, cruza por el medio y mira sin disimulo los rostros y cuerpos bellos, dejando el recato a un lado.

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