jueves, 3 de abril de 2014

Además de estudiar, hay que correr

Al contrario de lo que la mayoría de la gente suele pensar, para ser veterinario no basta con amar a los animales, aunque este sea un buen punto de partida (claro está). Un requisito esencial para ser veterinario es ser un/a buen/a corredor/a de fondo. Dado que carezco de la experiencia necesaria para hablar con conocimiento de causa de la profesión, quiero compartir con vosotros los recuerdos que vienen a mi mente cuando echo la vista atrás, a mi época estudiantil (que por cierto, aun no he abandonado). En fin, cosas que uno piensa cuando se va haciendo mayor y, el cuerpo ya no resiste las juergas de antaño.

Veterinaria no es una carrera "a secas", esto es, estudios orientados a la consecución de un título universitario. Es una carrera doble, en la que además de estudiar, hay que correr (en el sentido literal de la palabra). Os explicaré el porqué (hechos novelados pero verídicos).
En el plano académico, no hay más que echar un vistazo al plan de estudios para darse cuenta que asignaturas, créditos y contenidos los hay por doquier. Desde la anatomía básica de los mamíferos domésticos hasta la higiene e inspección de los alimentos, pasando por la nutrición animal. Todo ello condensado en varios años de interminables horas de estudio, febreros y junios infernales (un mes antes en grado), fotocopias miles, preguntas de desarrollo y tests de respuesta múltiple (raro es que todas sean correctas), exámenes escritos y orales, trabajos insidiosos (con mención especial para el cuaderno de Bioquímica de primero y el trabajo de Producción de quinto), y lo más importante, la angustia constante de recibir un mensaje titulado "USC NOTAS".
Pero si algo tengo que destacar de la carrera de Veterinaria es el momento de anotarse a prácticas, ese momento en el que las habilidades deportivas de los alumnos cobran protagonismo (no gana el más listo, sino el más veloz) y el lema imperante es "sálvese quien pueda", o en su defecto, "tonto el último". Es entonces cuando los estudiantes (futuros veterinarios) desatan sus instintos más primarios; corazones que laten fuerte, frentes perladas de sudor, tensos cruces de miradas y la decisión de quien será el primero en echar a correr hacia la lista. Durante unos minutos el compañerismo desaparece y prima la competitividad. Empujones, pisotones, frases malsonantes; todo vale cuando reina la ley de la jungla.

Pero a pesar del estrés sufrido en el proceso, el esfuerzo merece la pena. Pues durante al menos cinco años, llenamos nuestro baúl de recuerdos, de frases célebres de profesores (enanitos, mejillones, centríolos, asuntos baladíes...), de voces inconfundibles (personajes de animación incluidos), de anécdotas en las aulas y excursiones varias (al Aula de Productos Lácteos y más allá), de fiestas y botellones (destacando la archiconocida "Carballeira"), y sobretodo, de grandes amigos. Eso sí, mientras estudiamos una y otra vez las partes del microscopio (aunque finalmente no sepamos como utilizarlo).

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