sábado, 30 de agosto de 2014

La Marbella gallega

Los gallegos no necesitamos irnos al sur de España para codearnos con la "jet set", ver yates lujosos o descubrir el estilo "navy". En el corazón de las Rías Baixas, se localiza el epicentro de la moda náutica, de los peinados a dos aguas y de la pronunciación más "posh". Bienvenidos a Sanxenxo, o como gustan de decir los residentes, "Sangenjo"; porque traducir los topónimos es de gente "pro" (a todo esto en castellano, se traduce por San Ginés).

En Sanxenxo, ellos y ellas son de los más "cool". Caballeros con polo o camisa (cocodrilo, banderita o laureles), preferiblemente rosa y color salmón ("muy seguros de sí mismos"), pantalones caqui y como no, náuticos y mocasines. Señoras con blusa "marinera", vaqueros de marca y cuñas o zapatos de tacón. Cruzada contra las deportivas (chándales, bermudas masculinas, camisetas de asas, chanclas, botas con hebillas...); reservado el derecho de admisión. Jersey anudado a los hombros. Los niños, también; con camisa y bañador.

En Sanxenxo, los perros son de raza; caniches, yorkshires y otros "perros patada" (los demás son "palleiros"). En Sanxenxo, los deportes que se practican son el paddle, la vela y el golf. En Sanxenxo, atracan yates con música a todo volumen, menudo fiestón (inspiración, videoclips de Pitbull); otros se venden por el módico precio de 400 mil euros (eso, los más baratos). En Sanxenxo, aparcan BMWs, Mercedes, Audis e incluso, Porsches.

En Sanxenxo, la gente aún va a ligar a la playa; con trucos tan viejos como la crema en la espalda o "qúe horas son". En Sanxenxo, se va andando hasta "NewPort" (porque en inglés suena mejor). En Sanxenxo, ondea en algunas casas la bandera de España. En Sanxenxo, he visto escrito en una pintada "Aturamos turistas, non porcos fascistas". Yo, personalmente, creo que la intolerancia no tiene disculpa, venga de donde venga. Aunque supongo que, como dice mi hermana, "la ignorancia es un deporte que mucha gente practica".

viernes, 29 de agosto de 2014

Réquiem por el príncipe azul

Los que me conocen, lo saben. Siempre me han gustado las películas de Disney. De pequeña, como tantas otras niñas, me enamoré de Aladdín, de John Smith, de Eric y de Adam (Bestia); los príncipes de los cuentos de hadas (aunque en sus inicios Aladdín fuese ladrón y por cierto, mi favorito). Apuestos y encantadores por definición; destinados a ser héroes y moldeados gracias al poder del amor. Una vana ilusión; porque estos cuentos escritos a principios del siglo XIX, no son aplicables al mundo de hoy. En aquel momento, las mujeres no tenían demasiados derechos ni las niñas grandes sueños aparte de encontrar un hombre que cambiara sus vidas. Ahora, las cosas han cambiado. El problema surge cuando persiste en ellas la impronta de la infancia.

En nuestra generación, son muchas las mujeres que siguen viviendo con la idea de que, en alguna parte, hay un príncipe azul, que vendrá a salvarlas y a convertir sus vidas en perfectas. Creer que hay una persona por ahí cuya única finalidad en la vida es venir a rescatarlas es muy peligroso; las infantiliza psicológicamente. La cuestión es que cuando descubren que eso es solo una ilusión, un mito, se vuelven inseguras; se sienten incompetentes al no conseguir materializar su sueño en la vida real, lo que daña gravemente su autoestima.  Muchas mujeres llegan incluso, a creerse fracasadas por no haber encontrado a su príncipe azul, por no casarse con ese tipo de hombre (que no existe) o directamente no casarse. Nada más lejos de la realidad. Porque es posible ser princesa, aún no teniendo príncipe.

Llegados a este punto, me tomo la licencia de transcribir un párrafo del libro "Hombres tóxicos" de Lillian Glass. "Y por qué no verse como una joven princesa que consigue las cosas por sí misma o que ayuda a otros a conseguirlas? Y por qué no aprender que una damisela no está necesariamente en apuros y que no hace falta que la rescate ni que la ayude nadie? Por qué no decirte a ti misma que eres una mujer fuerte y capaz y no una víctima en apuros? Y recordarte que la belleza no está en el exterior (y que no tiene forma de bonito vestido ni de corona) sino en el interior? Y que las buenas obras, las capacidades propias y el hecho de ser amable y cariñosa con los demás es lo que hace verdaderamente bella a una princesa?"

Una reflexión interesante, a la que me permito añadir un par de observaciones. Aunque en la vida real, existen hombres apuestos y encantadores (con potencial para ser príncipes azules); a diferencia de los cuentos, estos no están destinados a aparecer en nuestra vida (quizás, nos los encontramos casualmente) y lo más importante, no podemos cambiarlos a través del amor (simplemente, son como son). Ni volar con ellos en una alfombra mágica. Ni enseñarlos a ser tolerantes. Ni encandilarlos con nuestros cantos. Ni abrirles los ojos a la verdadera belleza. Porque nada tenemos que ver con Jasmine, Pocahontas, Ariel o Bella.

PS. He de confesar que yo también creí no hace mucho que "Un mundo ideal" era posible. Ahora, he aprendido que los cuentos son eso, cuentos. Epitafio sugerido,  "PRÍNCIPE AZUL, DEP. No te olvidamos".

martes, 26 de agosto de 2014

Coronar la pirámide de Maslow

Los seres humanos buscamos incesantemente sentirnos realizados; la cima de la pirámide de Maslow de nuestras necesidades; o lo que es lo mismo, el objetivo último de nuestra existencia. Algunas personas focalizan la búsqueda de la propia realización (o sentimiento de plenitud) en el amor y la ayuda a los demás; otras, lo hacen en el trabajo o en la posesión de una casa. En todo caso, para alcanzar la cumbre del crecimiento personal es necesario transitar por todos y cada uno de los escalones que constituyen dicha pirámide.

FISIOLOGÍA. La base de la pirámide la constituyen nuestras necesidades fisiológicas; comida, agua, vivienda, aire o calor. Mientras somos pequeños, son nuestros padres quienes cubren dichas necesidades; cuando estamos capacitados para ello, nosotros mismos somos quienes las solventamos (o al menos, a eso aspiramos). En los países occidentales porque vivimos en la abundancia; olvidamos con frecuencia su importancia. En los países sin recursos, en cambio, es la única y exclusiva preocupación de la población. Subir el primer nivel; privilegio del que vive en un país “rico”.

SEGURIDAD. Una vez que disponemos de alimento y hogar, pasamos a preocuparnos por cuestiones como la seguridad física, el trabajo o los recursos. Es a este nivel donde entran en juego la salud y la enfermedad; la primera para alentarnos en nuestra búsqueda de plenitud, la segunda para estancarnos en la sola supervivencia –o quizás no- (el libro “Bajo la misma estrella” me ha enseñado lo contrario). Cuando gozamos de buena salud, estamos capacitados para trabajar y salvaguardar nuestra propia existencia. Subir el segundo nivel; privilegio del que está sano.

AFILIACIÓN. Cuando disponemos de bienestar físico y mental, cultivamos las relaciones personales; buscamos el afecto de los demás, nos volcamos en la familia; perseguimos incansablemente el amor. La conexión con los otros, dada nuestra naturaleza social, es una condición indispensable para el crecimiento personal; nos conocemos a nosotros mismos a través de las relaciones con los demás. En esta fase, el miedo al rechazo constituye una traba fundamental en nuestra búsqueda de plenitud. Cuando nos sentimos conectados, somos capaces de trabajar en equipo y ayudar a los otros. Subir el tercer nivel; privilegio del que da y recibe amor.

RECONOCIMIENTO. Cuando establecemos relaciones personales satisfactorias, nos sentimos seguros de nosotros mismos, ganamos en confianza y entonces, empezamos a perseguir el éxito. Cuando los demás reconocen nuestro trabajo, mejora nuestra autoestima y tenemos ganas de “comernos el mundo”. Nos sentimos capaces de lograr cualquier cosa, de afrontar cualquier reto. Compartir nuestros triunfos con aquellos que queremos hace que sean infinitamente más gratificantes. Cuando nos sentimos valorados, estamos preparados para conocernos a nosotros mismos. Subir el cuarto nivel; privilegio del que es reconocido.

AUTORREALIZACIÓN. Una vez que alcanzamos el éxito profesional, tomamos conciencia del crecimiento personal. En esta fase, nos dedicamos a la creación artística y pensamos en cuestiones éticas, en física cuántica, etc. Evaluamos nuestras relaciones, nos replanteamos los sentimientos; nos preocupamos por dar sentido a nuestra existencia; lo que algunos llaman “dejar huella”. Cuando contribuimos al crecimiento de otros, al tiempo que, logramos cosas por nosotros mismos- realizamos nuestra propia “obra”- nos sentimos plenos. Coronamos la cima de la pirámide de nuestras necesidades y hallamos la verdadera felicidad.

Como os decía al principio, el ascenso a la cima de la pirámide es progresivo y gradual; no podemos alcanzar el nivel siguiente sin que el anterior se haya completado. Según Maslow, mientras nuestras necesidades fisiológicas no estén satisfechas, no podemos preocuparnos por necesidades de seguridad y afiliación y así, sucesivamente. No es casualidad tampoco que muchos de los grandes pensadores de la historia perteneciesen a estamentos acomodados; el impulso de hacer arte y filosofar desaparece cuando tenemos hambre o estamos enfermos (que en ese caso, son nuestras preocupaciones prioritarias).

Por otro lado, hemos de tener en cuenta que todo en la vida lleva su tiempo; “son etapas”. Alcanzar la plenitud personal es también una cuestión de edad (o mejor dicho, de madurez); aunque la autorrealización no está ligada necesariamente a la senectud. Hay ancianos que se sienten insatisfechos y jóvenes que se sienten plenos. Yo, personalmente, me siento privilegiada; y me esfuerzo constantemente por alcanzar la cumbre.

lunes, 25 de agosto de 2014

En el corazón no se manda


A menudo, nos enamoramos de aquellas personas que menos nos convienen. Personas con un complicado historial amoroso, de carácter voluble o circunstancias vitales más o menos difíciles. Por el contrario, conocemos a otras que reúnen todas las características para ser nuestra pareja ideal y, sin embargo, no llegamos a enamorarnos, con lo fácil que sería nuestra vida en este caso. El problema es que, al igual que no podemos controlar lo que sentimos por los demás (nuestros propios sentimientos); tampoco podemos controlar lo que los demás sienten por nosotros (los sentimientos ajenos). Como dicen por ahí, “en el corazón, no se manda”.

Algo que he observado a lo largo de mi vida, es que las personas mejor cualificadas para ser el novio/novia perfecto no suelen tener pareja. La razón, no la sé. Quizás se deba precisamente a eso; a que el amor es imperfecto por definición. Por un lado, los chicos buenos no entienden por qué a las chicas le gustan “los malos” (no malos, sino complicados, creo yo). Como consecuencia, los “novios perfectos” están solos. Las chicas, por su parte, tienden a verlos como amigos; a pesar de tener la certeza de que harían feliz a cualquier mujer; simplemente, no sienten más (y se maldicen por ello). Se enamoran de chicos que las hacen infelices y se separan de ellos para no sufrir. Como consecuencia, las “novias perfectas” están solas. Lo que está claro, en cualquier caso, es que no podemos (ni debemos) obligarnos a querer a otro por muy maravilloso/a que sea.

De la misma manera que no controlamos lo que otros nos hacen sentir, no podemos obligar a nadie a que nos quiera. Esto es, por regla general, mucho más complicado. En primer lugar, no asumimos que a esa persona por la que daríamos todo, le somos indiferentes. Nos preguntamos continuamente si piensa en nosotros, como nosotros pensamos en ella; pero la respuesta es no. Estamos dispuestos a hacer cualquier cosa por él/ella, sin darnos cuenta de que no nos lo ha pedido. Esperamos vacuamente una oportunidad que nunca llega, nos ilusionamos con un gesto pequeño y hacemos una catástrofe de una tontería. Así, actuamos cuando estamos enamorados y no somos correspondidos. Como siempre, no lo entendemos hasta que nos pasa; aprendemos que es duro dejar ir a alguien a quien amamos (dicen que el que nos quiere, nos deja ir).

Los amores imposibles sólo triunfan en las películas. Encuentros y desencuentros. Superar obstáculos juntos y ser felices (eso de que “los amores reñidos son los más queridos”). En la realidad, lo que necesitamos a nuestro lado son personas que nos faciliten la vida y no, que nos la compliquen. Aunque, repito, no es algo que podamos decidir. No debemos tampoco olvidar una cosa; citando una de mis películas favoritas (Angelica dice a Pete: “Todo el mundo es Tad Hamilton para alguien; tú eres Tad Hamilton para mí”). A veces, es a nosotros a quienes nos rompen el corazón; otras, somos nosotros quienes se lo rompemos a alguien. Víctimas y verdugos, las dos a la vez.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Y quien es él...

Llevaba varios años observándolo; viéndolo desde la distancia, por la provincia de Ourense y más allá. Su timidez, sus gestos tiernos con los niños, sus guiños de ojos. Hace un año, tuve la oportunidad de intercambiar con él un par de palabras. Era difícil, pero encontré el momento perfecto para acercarme; estaba solo, solo con su guitarra; sin una multitud de mujeres ansiosas gritando alrededor. A mí, me temblaban las piernas. Él, me dedicó la mejor de sus sonrisas. Cuando le pedí una foto, me abrazó fuerte y me trató con cariño, me hizo sentir especial. Estoy segura que lo hizo por mí como lo haría por cualquiera; manteniendo la compostura frente a comentarios más o menos coherentes. Los nervios que nos traicionan; santa paciencia la suya.

A él no le gusta ser protagonista, se mantiene en segundo plano; humilde y reservado. Cuando sale al centro del escenario, todas las cámaras lo enfocan; y las chicas se miran, poniendo la mano en el corazón. Él, reparte guiños y sonrisas, da la mano a quien se la tiende y, hace a la gente feliz. Cuando canta, lo hace de maravilla, como corista o voz principal. Gestos cómplices con sus compañeros; en contadas ocasiones, le escuchamos hablar. Gran talento musical pero también personal. Suma delicadeza para con su guitarra; lo mismo, para con sus admiradoras. Con imagen de chico duro pero tremendo corazón; o al menos esa es mi impresión. Con su inseparable cigarrillo. Un rebelde sin causa. Un James Dean al estilo gallego, con seseo, de las “Rías Baixas”.

A diferencia de otros artistas vinculados al fenómeno fan, cuando pienso en él, veo a un ídolo de verdad (en el sentido de, lo admiro o me gustaría ser como él). Un ídolo local del que podría aprender cualquier ídolo internacional. Un ídolo que no hace alarde de su belleza, que no se publicita, que sólo disfruta con lo que ama. Que es guapo y como digo yo, “no lo sabe”. Que no busca que se lo recuerden. Que, incluso los chicos, admiran (aunque a veces se celen un poco, eso sí). Que, a pesar del cansancio, nunca tiene un mal gesto con el público. Que vive lo que hace y que contagia su pasión. Él, sin ir más lejos, es una de las razones por las que yo, quise aprender a tocar la guitarra.

lunes, 18 de agosto de 2014

This is Lugo, don't deny it

Orixe, Ourense. Destino, Meira. Parada, Vilalba. Adoecer de calor e poñer a chaqueta; comer e comer. Botar un baile, facer un percorrido polas carpas dos veciños e mexar entre o millo. Así e a "Xira"; ninguén sabe porqué se chama así. Supoño que porqué a xente comeza "xirando" polo campo e remata "xirando" sobre sí mesma; xa vos imaxinades a razón.

Pola mañá, pelar patacas e facer tortillas. Cociñar para moitos ("mellor que sobre e non que falte"). Cargar coches e subir a comida ata o campo. Descargar. Atopar algún coñecido na carpa do lado. Tomar o vermú; quen di un, di varios (Meira é o concello con maior consumo de vermú de toda España). Comentar a noticia do día (o camión da orquesta tirou coa fonte da praza, unha desgraza). Comezar a comer.

Pola tarde, charlar e interesarse pola gandería de fulano de tal ("en cantos litros está?"). Visitar outras "merendas" na procura dalgún home con tractor amarelo (descubrir, infelizmente, que non hai). Coñecer as persoalidades do lugar; o antigo alcalde e algún mais. Tomar un dixestivo. Descubrir quen é Avelino Díaz. Camiñar "do gancho" do mais "chulo" de Meira; dar que falar. Seguir comendo.

Pola noite, escoitar os chistes do cura desde o palco da orquesta. Presenzar o sorteo dun par de cabritos (meus pobres). Bailar unha cumbia tras outra. Tremer co frío. Aprender os ditos locais; indagar. Rexuvenecer cando te chaman "pequena". Tomar algo quentiño. Recoller e rematar de comer.

Din por ahí, "xente de Meira, tropa lixeira". Eu digo, "xente de Meira, tropa festeira". Estar fóra da casa e sentirse en familia. Coñecer outra cara de Galicia; descubrir a idiosincrasia dunha provincia. Conversar, bailar e, ante todo, "papar".

jueves, 14 de agosto de 2014

En qué piensan las mujeres...


Las mujeres piensan en muchas cosas. Algunas, en estar siempre guapas, cumplir con las expectativas de su sexo e incluso, renunciar a sus ideales y así agradar a los hombres; siendo incapaces de estar solas. Otras, en sentirse bien consigo mismas y, al margen de las expectativas de su sexo, ser fieles a sus ideales e interactuar con los hombres; siendo perfectamente capaces de estar solas.

Los hombres, por su parte, se esfuerzan en entenderlas; quizás, no lo consigan nunca. A favor de ellos, diré que el cine y la televisión los confunden. Porque las mujeres de hoy en día, no son como las de las películas. No todas desean tener un “novio” que las lleve al altar vestidas de blanco pero sí, alguien que esté a su lado (sin necesidad de ponerle nombre) y las haga sentir especiales. Ya lo decía Sabina, que “las niñas, ya no quieren ser princesas”. Lo que no es ningún cliché, sin embargo, es que las mujeres son inseguras por naturaleza; han de serlo, la biología las empuja a ello. Y ahí es donde los hombres entran en juego; en muchos casos, para alimentar su confianza y, desafortunadamente en algunos, para arrebatársela.

Si bien es cierto que la autoconfianza no ha de estar condicionada por lo que piensen los demás (en este caso, el género opuesto); el concepto de uno mismo lo construimos gracias a la percepción que los demás tienen de nosotros. Este hecho es especialmente importante para las mujeres; preocupadas a menudo por la imagen que proyectan para con el sexo opuesto. Una imagen que, a veces, no se corresponde con la realidad; pero que si recibe un refuerzo por parte del género masculino, ellas mismas acaban creyendo. Me viene a la cabeza el ejemplo citado mil veces; el hombre que está con muchas mujeres y adquiere gran reputación; la mujer que está con muchos hombres y a reputación; le sobran sílabas.

Llegados a este punto, lo ideal sería que por un lado, las mujeres no supeditasen la confianza en ellas mismas al criterio de los que no entienden (y tampoco tienen culpa de no hacerlo); y por el otro, que los hombres, se pusiesen momentáneamente en la piel de las mujeres e intentaran comprender precisamente eso, lo que implica ser mujer. Yo, solidarizada con el sexo masculino, ofrezco a mis lectores, algunos de los pensamientos femeninos más recurrentes. Una síntesis breve, enumerarlos todos os haría enloquecer.
 “Al sol, se me ven pelillos en las piernas (ya no sé cuál es el mejor método de depilación). Tengo las puntas abiertas (y qué cara es la peluquería). Esa lleva el mismo modelo que yo (Dios maldiga a Inditex);  tengo que cambiarlo en la próxima celebración. El bolso y los zapatos no combinan (maldición). Quiero ponerme una camiseta de tiras/palabra de honor y se me ve el sujetador (una catástrofe, como no). Si le digo de quedar, va a pensar que soy una chica fácil (ni de broma, me hago la difícil porque a ellos, es lo que les gusta). Me encanta que tenga detalles conmigo y que se acuerde de mis cosas (pero no se lo digo porque tiene que salir de él; si no, ya no me vale). Me apetece comer chocolate o golosinas; aunque luego me siento mal (lo compenso con un poco de ejercicio, no vaya a ser que si engordo unos kilillos le deje de gustar)”. Y un largo etcétera de cosas absurdas.

Con esto, no pretendo ridiculizar al género femenino; solo relatar hechos verídicos en clave humorística (no me negaréis, chicas, que digo la verdad). Aunque siempre hay “individuas” que difieren de la mayoría; yo misma, soy un ejemplo; pero no, el único. 

Nota. Al releer este texto que escribí hace unos días, decidí eliminar un párrafo del original concerniente a mi persona. Todos aquellos interesados/as en leerlo, no tenéis más que mandarme un mensaje privado y lo recibiréis en vuestro corréo. Siempre, al servicio de mis fieles lectores.

sábado, 9 de agosto de 2014

Aquí no hay playa

Los del interior, nos hemos acostumbrado a ello y, como consecuencia, preferimos la montaña cuando se trata de desconectar y relajarnos. Pasear por el monte, disfrutar de la vegetación y si acaso, darnos un baño en el río los días de mucho calor. Aunque de vez en cuando nos gusta cambiar de aires, más de un fin de semana en la playa es suficiente para estresarnos; entre bártulos, arena y quemaduras solares varias.

A los del interior, se nos ilumina la cara cuando avistamos el mar desde la carretera. Abrimos la ventanilla del coche; dejamos que el aire embargue nuestros pulmones y soltamos frases del tipo “huele a mar”. Nos pasamos el día metidos en el agua, disfrutamos de las olas; porque fuera nos arde la piel. Llevamos sombrilla y crema solar pantalla total (para blanco nuclear). Nos bañamos con sombrero y gafas de sol, al estilo Sara Montiel. Lucimos con orgullo nuestro bronceado “código de barras”; el de andar por ahí al sol, colorcillo en brazos y piernas, barriga lechosa. Nos hartamos de comer marisco y decimos eso de que “en la costa, sabe mejor”. Los de Ourense invadimos Samil; los de Lugo, Barreiros; los de Santiago, Noia y alrededores. Eso, algún que otro día.

A los del interior, se nos ilumina la cara cuando vemos un charco en los días calurosos; nos refrescamos como podemos; en piscinas, fuentes o con mangueras. Cerramos las ventanas de casa y soltamos frases del tipo “non se para” o “mi madriña, que calor vai”. Nos pasamos el día metidos en la bodega, jugamos a las cartas; porque fuera no podemos respirar. Llevamos gorra si vamos al bar (y a la partida jugar). Entornamos el sol con la mano, al más puro estilo rural. A la “noitiña”, salimos a pasear; nos ponemos bermudas y manga corta para coger algo de color. Nos atrevemos a comer cocido, callos y potajes en las fiestas; yo digo, ojo a la posible indigestión. Los de la ciudad invadimos las aldeas; andamos de verbena de aquí para allá. Eso, la mayor parte de los días.

Aunque es agradable despertarse con el sonido de las gaviotas; los del interior, nos quedamos con el canto del gallo por la mañana temprano. Aunque está bien no tener que usar chaqueta en todo el día; los del interior; optamos por ponérnosla al amanecer y cuando “empeza a refrescar”. Aunque nos guste conversar en una terraza o un chiringuito; los del interior; preferimos hacerlo en la huerta o en una banqueta del lugar. Aunque, de vez en cuando, comamos pescado o productos del mar; los del interior; elegimos la carne, el producto animal. Y aunque nos encanten las olas y a pesar de la increíble frialdad del agua fluvial; los del interior, nos decantamos por la montaña y el río y no, por la playa y el mar.

lunes, 4 de agosto de 2014

Pistas y primeras citas

Las hay desastrosas y también inolvidables. Algunas transcurren en lugares clásicos como el cine o una cafetería; otras, tienen lugar en sitios no tan clásicos como una granja o la verbena del pueblo. En algunas, no dejamos de mirar el reloj y en otras, perdemos la noción del tiempo. A veces, ansiamos la despedida, y quizás un beso; otras veces; tememos el adiós bajo la amenaza de una situación incómoda. En cualquier caso, las primeras citas son clave en el establecimiento de una posible relación; es cuestión de química, la hay o no.

Las primeras citas son una herramienta indispensable para evaluar la compatibilidad entre dos personas, pudiendo ocurrir dos cosas; que funcione o que no. Cuando invitamos a alguien a salir (en el sentido romántico del término, quiero decir) es porque esa persona “nos gusta” o lo que es lo mismo, nos atrae físicamente. A nivel biológico, sucede que nuestros sistemas inmunitarios son diferentes y compatibles; esto es, somos válidos para procrear juntos. “Biológicamente compatibles”, primera prueba superada. La clave es lo que pasa después, cuando vamos más allá de la simple atracción. Porque la conversación y los intereses en común son los que nos empujan a querer pasar más tiempo con esa persona, a seguir conociéndola y en último término a categorizarla de una u otra forma.

A veces, quedamos con alguien que nos gusta y descubrimos, en una primera cita, que somos radicalmente opuestos; lo que yo llamo, “personalmente incompatibles”. No prestamos atención a lo que esa persona nos dice; solo pensamos en satisfacer nuestros instintos (algo perfectamente válido, por otra parte). Lo que nos une es el deseo por el otro y no sentimos la necesidad de compartir nuestro tiempo o inquietudes con aquel/aquella con el que apenas sintonizamos. Disfrutamos del tiempo que pasamos juntos pero no le echamos de menos cuando no está; pensamos en esa persona puntualmente. Por mucho que nos veamos, no corremos peligro de “engancharnos”. Segunda prueba no superada; no hay riesgo de enamoramiento, forma de amor “libre”; no condiciona nuestra vida. Nos hace felices.

Otras veces, quedamos con alguien que nos gusta y descubrimos, en una primera cita, que tenemos muchas cosas en común; lo que yo llamo, “personalmente compatibles”. Prestamos atención a lo que esa persona nos dice; pensamos en satisfacer nuestra curiosidad por el otro, queremos saber más. Lo que nos une es el interés por la otra persona y sentimos la necesidad de compartir nuestro tiempo e inquietudes con aquel/aquella con quien nos identificamos. Disfrutamos del tiempo que pasamos juntos y, además, le echamos de menos cuando no está; pensamos en esa persona frecuentemente. Cuanto más nos veamos; más peligro corremos de “engancharnos”. Segunda prueba superada; riesgo de enamoramiento, forma de amor “cautivo”; condiciona nuestra vida. Nos hace más felices si cabe.

El resultado de una primera cita no lo podemos prever de antemano; es por eso que, debemos acudir a ellas, experimentarlas, darle al otro la oportunidad de expresarse. Si alguien nos gusta, es lógico que intentemos conocerlo; ya descubriremos con qué expectativas. Y si resulta que no las tenemos, lo lógico es que seamos sinceros y disfrutemos del momento. Porque superemos o no la segunda prueba (que constituye la primera cita), es lícito que nos amemos. Al fin y al cabo, el amor en cualquiera de sus formas, nos hace felices.