El día que nos conocimos, Ángel me miró con ojos curiosos y enseguida, me sonrió. Se trataba de un chico corpulento, una cabeza más grande que yo. De nacionalidad dominicana, llevaba un año y poco en España, cursaba 3º de ESO en el módulo de diversificación. Al principio, se mostraba tímido; más tarde, se fue "soltando"; siempre con mucho respeto y educación. Un alumno muy aplicado (mochila en mano), rápida comprensión y buena pronunciación (incluyendo el gallego).
En seis meses, Ángel y yo repasamos tanto las ciencias como las letras; desde los orgánulos celulares hasta la tilde diacrítica, pasando por los tipos de palancas y circuítos. En química, biología y lengua, me sentí como pez en el agua. En tecnología y dibujo, hubo veces que pensé "sabes más que un niño de Primaria" (y la respuesta fue no). Tuve que rememorar escuadra y cartabón, trabajar la perspectiva e investigar sobre resistencias. Hacer los deberes, supuso en ocasiones, un reto para mí.
Gracias a Ángel, descubrí lo importante de la empatía en "eso de enseñar"; me enfrenté a desafíos diversos y pude experimentar la gratificación de su triunfo. Comprobé que el esfuerzo vale la pena cuando hay trabajo y dedicación. Me sentí feliz por poner mi granito de arena, por haber tenido la oportunidad de "aprender a enseñar", por ser para él, alguien especial. Hoy recibí un correo suyo diciendo... "Eva, buenas noticias, gracias a tu ayuda pude pasar sin dejar ni una". Sus palabras inspiraron este post.
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