miércoles, 15 de julio de 2015

Aprendiendo a enseñar

He de confesaros algo y es que la enseñanza siempre me interesó; especialmente la secundaria. En mi caso, tuve grandes profesores en el instituto; personas que me sirvieron de inspiración y que me hicieron pensar en la labor tan importante de un buen profesor (ese que nos puede cambiar la vida). Es por eso que, sin tener la más mínima idea de pedagogía, me aventuré a dar clases a un chaval de 15 años y juntos, aprendimos un sinfín de cosas, en lo académico y en lo personal.

El día que nos conocimos, Ángel me miró con ojos curiosos y enseguida, me sonrió. Se trataba de un chico corpulento, una cabeza más grande que yo. De nacionalidad dominicana, llevaba un año y poco en España, cursaba 3º de ESO en el módulo de diversificación. Al principio, se mostraba tímido; más tarde, se fue "soltando"; siempre con mucho respeto y educación. Un alumno muy aplicado (mochila en mano), rápida comprensión y buena pronunciación (incluyendo el gallego).

En seis meses, Ángel y yo repasamos tanto las ciencias como las letras; desde los orgánulos celulares hasta la tilde diacrítica, pasando por los tipos de palancas y circuítos. En química, biología y lengua, me sentí como pez en el agua. En tecnología y dibujo, hubo veces que pensé "sabes más que un niño de Primaria" (y la respuesta fue no). Tuve que rememorar escuadra y cartabón, trabajar la perspectiva e investigar sobre resistencias. Hacer los deberes, supuso en ocasiones, un reto para mí.

Gracias a Ángel, descubrí lo importante de la empatía en "eso de enseñar"; me enfrenté a desafíos diversos y pude experimentar la gratificación de su triunfo. Comprobé que el esfuerzo vale la pena cuando hay trabajo y dedicación. Me sentí feliz por poner mi granito de arena, por haber tenido la oportunidad de "aprender a enseñar", por ser para él, alguien especial. Hoy recibí un correo suyo diciendo... "Eva, buenas noticias, gracias a tu ayuda pude pasar sin dejar ni una". Sus palabras inspiraron este post.

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