lunes, 3 de marzo de 2014

Home Sweet Home

"Hogar, dulce hogar". Eso es lo que pensamos cuando después de una temporada, volvemos a casa. Descubrimos que, a pesar del caos que reina en el mundo exterior y de lo anárquicas que pueden ser nuestras vidas, sigue existiendo un lugar donde todo está como siempre, impera la paz y nos sentimos seguros y protegidos. Es por eso que, en mi opinión, volver de cuando en vez a lo que los expertos llaman "zona de confort" puede ser muy reconfortante (valga la redundancia).

Sea porque voluntariamente decidimos partir, sea porque nos vemos obligados a ello, abandonar el nido es necesario para aprender a valernos por nosotros mismos; con todo lo que ello implica, desde poner la lavadora a gestionar nuestro propio dinero, pasando por hacer la compra y prepararnos la cena. Porque no nos engañemos; el ser humano es cómodo por naturaleza. Si tiene a alguien al lado que haga las cosas en su lugar (llamémosle madre, por ejemplo), lo más probable es que delegue esas tareas sin pertubar así su estado de reposo. No lo digo yo, lo dice la primera Ley de Newton: "todo cuerpo en reposo o movimiento tiene tendencia a conservar el estado en el que se encuentra".

Pero nada es irreversible. Para llegar lejos, no debemos olvidar de dónde venimos, ni tampoco a la gente con la que hemos crecido, nuestra familia. Esas personas que se esfuerzan por hacernos la vida más fácil y que, a pesar de que las cosas cambien, permanecen eternamente. La sensación de seguridad que de ello deriva se materializa en la que es nuestra casa; el lugar donde mejor nos concentramos, donde dormimos horas y horas, donde trabajamos en equipo, encargándonos unos del baño y otros de la cocina; ese pequeño rincón del mundo donde estamos a salvo de todo y de todos.

Mucha gente creerá que una y otra cosa son incompatibles. A mí, como siempre, me gusta discrepar de lo que piensa la mayoría. Por qué tenemos que elegir entre ser independientes o permanecer junto a los que queremos? Pues cuando estamos solos, deseamos compañía. Y estando acompañados, añoramos la soledad. Siempre queremos lo que no tenemos; esa es la condición humana. Además, por muy lejos que vayamos o por mucho tiempo que pasemos fuera, nuestra casa y las personas que habitan en ella, no se habrán ido a ninguna parte; seguirán siempre ahí esperando nuestro regreso.

1 comentario:

  1. Lo único que no cambia es el cambio. Otra cosa es que la necesidad de saciar ciertas sensaciones hacen que neguemos esa circunstancia o que los cambios son tan lentos y progresivos que no nos damos cuenta de ellos porque nos vamos adaptando con ellos. El hogar no deja de ser una percepción individual hacia un conjunto de elementos, materiales e inmateriales, vivos e inertes que nos producen un estado de bienestar. En mi caso yo encuentro mi hogar en los abrazos sinceros, en las miradas de gratitud, en la cortesía desinteresada y en las necesidades cubiertas.

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