domingo, 9 de marzo de 2014

La voz de la experiencia

Nos los encontramos sentados en la estación de autobús; en frente a las obras en los días de sol y en la sala de espera de los centros de salud cuando hace frío. Disfrutan con las películas de Carmen Sevilla y Paco Martínez Soria, juegan al cinquillo, usan el bastón para señalar, van de vacaciones a Benidorm, llevan sandalias con calcetines y gorras de publicidad o, en su defecto, sombreros de paja. Ya sabéis de quién os voy a hablar hoy? Pues nada más y nada menos que de los abueletes, esos seres tan tercos como entrañables.

Algo que me llama mucho la atención es su comportamiento en el autobús, ese medio de transporte que tanto les fascina. Siempre quieren ser los primeros en subir; mínimo quince minutos antes de la hora de salida, ya están apostados delante de la puerta, haciendo cola y maldiciendo al conductor por la tardanza. Transportan todo tipo de artículos, desde sacos de patatas a fardos de bimbios. Hablan a voces, para que todos los pasajeros puedan enterarse de la conversación, la cual versará normalmente sobre los siguientes temas: el tiempo, el franquismo, el mal funcionamiento de la sanidad pública, la reducción de las pensiones y la falta de respecto de la gente joven a la tercera edad.

Otra cosa curiosa de los abueletes es que siempre tienen prisa, a pesar de no tener trabajo ni obligaciones. Somos testigos de ello, cuando nos dan paraguazos por la calle en los días de lluvia o nos empujan para llegar antes a la caja del supermercado. Todo ello, claro está, mientras reniegan en voz baja. Pues solo los abueletes (además de los políticos) tienen la capacidad de hablar y hablar, sin decir nada. Son criticones y carecen de sutileza; opinan de todo y piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Y es que como dicen por ahí, "viejo, dos veces niño". Cuando nos hacemos mayores, volvemos a la infancia. Somos obstinados y, en ocasiones, caprichosos. No distinguimos qué cosas se pueden decir en voz alta y qué cosas no, a pesar de ser verdades irrefutables en la mayor parte de los casos.
Independientemente de todo ello, si hay algo que los abueletes, como los recién nacidos,  despiertan es ternura. Pues casi siempre debajo de una apariencia de tremendo cascarrabias, se esconde un ser increíblemente frágil; al que le basta con que nos sentemos a escuchar sus historias para derramar unas cuantas lágrimas.

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