Al corazón (deportivo rojo), la mayoría de las veces, es difícil alcanzarlo.
Cuando alberga sentimientos verdaderos, corre a toda velocidad. Pasa de cero a
mil en un instante, "todo o nada"; el potencial de excitación de una
membrana. La razón (tractor amarillo) suele ir por detrás, lo sigue de
lejos, aunque en ocasiones, pueda pisarle los talones. El corazón, hay quien lo entrega por completo, quien sólo
comparte "pedazos". Lo que está claro es que no hay quien lo controle, "va por libre", es indomable.
No sé si os habéis fijado que "la carrera del amor" funciona al
contrario que las demás carreras. El corazón esprinta al principio y hace gala
de su resistencia para llegar a la meta (relación duradera). Cuando las
relaciones empiezan; el corazón enérgico, se lanza a la carrera. "Mete la
primera", acelera, se revoluciona en segundos; necesita cambiar de
marcha y en poco tiempo, sube a segunda, tercera... Con el paso del tiempo, el corazón se
apacigua. "Mete la quinta/sexta", mantiene una velocidad constante y
circula tranquilamente por la autopista del amor; lo hace "a ciegas".
A veces, el corazón se desorienta, se encuentra en una encrucijada, no sabe que camino tomar. A veces, los avatares de la vida, hacen que se desvíe en la primera, segunda o tercera salida, que cambie de rumbo. A veces, el corazón se cansa, pierde velocidad y entonces la razón que, siempre va detrás, aprovecha y le adelanta. En algunas ocasiones, el corazón se agota y "se para"; quizás arranque de nuevo o quizás se quede parado para siempre. En otras, el corazón incombustible circula en línea recta, sin tomar desvío alguno; su gasolina, el amor de la otra persona.
Para el corazón no existen límites ni tampoco plazos; poco importa el tiempo empleado en "sentir algo" (horas, días o semanas); poco importa "el cuanto" (mucho, poco o nada). El corazón lo mismo se acelera en un instante, que frena en seco, que se rompe en mil pedazos (yendo a toda velocidad, el riesgo de accidente es alto). Sin embargo, el corazón no se amedrenta; se arriesga, es temerario. Solo la euforia que siente en la "pole de salida" y la fortaleza que adquiere durante la carrera; hacen que merezca la pena, aun cuando no se visualiza la meta.
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