miércoles, 4 de febrero de 2015

Meth-amor

El amor, a diferencia de lo que estamos acostumbrados a ver en las películas, no siempre llega de repente. Quizás esto ocurra con el primer amor, el que nos cambia la vida, el que despierta sentimientos desconocidos hasta el momento (alegría y angustia), el que nos abre las puertas del autoconocimiento. En este caso, el amor constituye una experiencia inolvidable, que creemos irrepetible e inigualable. Cuando confundimos el amor con el enamoramiento, no discernimos ambos conceptos. Nos enamoramos pero no amamos, y si lo hacemos, es desde la impaciencia y la locura. Idealizamos al otro, no sopesamos nuestras acciones, nos tiramos a la piscina sin agua, somos kamikazes.

En la mayoría de casos, sin embargo, el amor es un sentimiento que se "fragua a fuego lento", alimentado por la admiración hacia la otra persona, el deseo de compartir o la necesidad de amar de ambos miembros. El amor no siempre aparece sin esperarlo; a veces, evoluciona a partir de la amistad. El amor no siempre nos arrebata y nos agota; a veces, nos da paz y nos reconforta. El amor no llega sólo para desbaratar nuestros planes; a veces, el amor llega para acabar de definirlos. Cuando diferenciamos el amor del enamoramiento, discernimos a la perfección ambos conceptos. No sólo nos enamoramos, sino que también amamos y lo hacemos, desde la calma y la cordura. Vemos al otro tal y como es, sopesamos nuestras acciones, nos tiramos a la piscina medio vacía, somos temerarios.

A este respecto, me planteo cuan distintos son los pilares de los amores de juventud y el verdadero amor, el adulto (por supuesto, sin menospreciar ninguno de ellos). La diferencia entre ambos no radica, a mi modo de ver, en la pasión con la que los vivimos, que puede ser igual de intensa una, dos o mil veces (tantas como nos enamoremos). La diferencia está en cómo los concebimos, en las expectativas que tenemos sobre unos y otro, en lo que anhelamos que aporten a nuestra vida. Es por eso que, el amor adulto es una forma de "meth-amor", que hace que reflexionemos, ya no sólo sobre nosotros mismos, sino sobre la naturaleza de dicho sentimiento ("meta", más allá del amor) y sobre la necesidad (e incluso adicción) que tenemos de la otra persona, que se adueña de nuestros pensamientos, que hace que perdamos la noción del tiempo, que nos olvidemos del mundo que nos rodea; esos son, queridos amigos, los efectos de las drogas.

Hay casos (una minoría) en los que el primer amor evoluciona hasta convertirse en el amor verdadero; cuando el sentimiento es fuerte y las circunstancias lo favorecen. En este caso, se trata del único amor de nuestra vida; el primero y el último, el que no ha conocido más, simplemente tiene esa certeza. Hay otros casos (una mayoría) en los que el amor verdadero llega después de unas cuantas experiencias fallidas, que nos conducen hasta el que probablemente sea el amor de nuestra vida. En este caso, habremos experimentado, aprendido y fracasado, para finalmente, tener la certeza de que esa persona es la mejor que podríamos haber encontrado. Este amor no es el primero pero sí, el último, que al fin y al cabo, es el que importa.

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