viernes, 10 de enero de 2014

Esas maravillosas criaturas

Es fácil imaginar de qué o más bien, de quién, os voy a hablar hoy. Empezaré citando una frase de una película que acabo de ver... "Tú le das tu corazón y él te entrega el suyo". Y es que no hay amor más desinteresado en el mundo que el que nos dan los animales. Jamás replican, siempre están ahí, nos enseñan infinidad de cosas; y, lo más importante, nos hacen mejores personas.

Nunca he entendido a la gente que dice que lo único que les falta es hablar. Personalmente, estoy convencida de que en el plano emocional, están por encima de nosotros; así que, simplemente no lo necesitan. Además, tienen otras formas de comunicarse. Las palabras sobran cuando los gestos demuestran tanto. Ejemplos hay miles, en el cine y en la vida real. Hoy quiero contaros mi historia.

Paquita llegó a mi vida siendo yo una niña de seis años; por una simple razón, porque tenía rabo y sus hermanos, no. Era una gatita siamesa, de carácter huidizo, que se escondía en las esquinas de su habitación. A medida que crecía, más se metía en nuestros corazones. Y más difícil se hacía el estar lejos de ella.
Pero un día, un trágico suceso ocurrió. Paquita se cayó por la ventana y en ese instante, mi vida se paró. Me resistí a creerlo; no era el momento, yo sabía que nos quedaba mucho tiempo por delante. Lloré y lloré, y durante una semana, nunca me resigné.
Y poco a poco, Paquita se recuperó. Volvió a casa cojeando, pero volvió. Y fue entonces, con sólo seis años, cuando decidí cual sería mi profesión. ¿Habéis oido hablar del efecto mariposa? Un simple suceso que cambia radicalmente el devenir de las cosas. En mi caso, eso fue lo que pasó.
Paquita era especial, me entendía mejor que nadie. Era la primera en darse cuenta cuando no me encontraba bien. Se subía a mi cama, me lamía, ronroneaba a mi lado. Por la noche, me dormía con el sonido de su respiración; por la mañana, me despertaba con el cosquilleo de sus bigotes. Reclamaba mi atención en todo momento, me ignoraba cuando le reñía. Me acompañaba a la puerta al salir de casa, y siempre me recibía al volver. Así durante dieciséis años, en los que no concebía mi vida sin que Paquita estuviese en ella.
Pero como habréis oido muchas veces, todo lo bueno tiene un final. El tiempo pasó y Paquita enfermó. Esta vez era distinto. Había tenido una vida feliz, y estaba lista para irse. Desde su cestillo, me miró y lo supe. Durante unas horas, fui egoísta, no quise aceptarlo. Finalmente, comprendí que no era justo para ella. Pues prolongar su sufrimiento, era pensar en mi bienestar y no en el suyo.

A día de hoy, Paquita descansa bajo un nogal en una finca familiar. Y no puedo acabar diciendo que se fue de mi vida hace ya más de tres años, porque siempre estará presente en ella. En mi corazón y en mis recuerdos.

3 comentarios:

  1. Yo no creo que les falte hablar. Sin utilizar las palabras pueden comunicarse mejor que nosotros. Los animales se entienden entre ellos, no importa la especie, nos entienden a nosotros y hacen lo que sea para que nosotros los comprendamos lo que quieren.

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  2. Hola Eva!!

    Bienvenida al mundo blogger. Yo tb llevó un tiempecillo en él y empezé justamente cuando inicié mi etapa cientifíca. ;) Al igual que tú el tema de escribir siempre me ha gustado, y a pesar de ir por Ciencias pienso como tú.

    Me gusta el nombre del blog, jaja. Ahora, ánimo pues mucha gente se incia y es dificil mantenerse. Yo a veces lo tengo abandonado pero ya van años dando algo de guerra. :)

    Con respecto a esta entrada no puedo sentirme más identificado. Mi gata va a cumplir este año 18 tacos!! y a ver q pasa. Por ahora está bien pero...

    En fin, a partir de ahora te sigo y te enlazo dsd mi blog tb!! Un saludo ;)

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    1. Muchas gracias Javi!!! No tenía ni idea de q también escribías. Te seguiré! Lo bueno de compartir este tipo de cosas es q descubres q hay más gente como tú. En cuanto al nombre del blog, tomé prestada la frase de un amigo de Facebook. Es brutal! Disfruta con la michina. Un bico!

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