lunes, 27 de enero de 2014

Con la mochila a cuestas

Una buena amiga me dijo hace poco que por qué no empezaba escribir mi autobiografía. Muchos estaréis pensando que veinticinco años no dan para tanto; yo, discrepo. Cuando vives intensamente, como yo lo hago, cada día es una página en blanco, una página que llenar con nuevas vivencias, grandes enseñanzas y fascinantes personas. Os sugiero que pongáis este pensamiento en práctica y entonces, no me cabe la menor duda, de que os sobrarán historias que contar.

Ciertas experiencias dejan huella en nuestra vida; y, aun con el paso del tiempo, somos capaces de recordarlas como si fuera ayer. Una vez leí que cuando nuestro cerebro vincula una determinada vivencia a una emoción, esta permanecerá siempre en nuestra memoria. Y aunque olvidemos hechos concretos, jamás olvidaremos como nos sentimos en esos momentos. A pesar de ello, para contaros esta historia, me he documentado; con el único propósito de no pasar por alto ningún detalle; pues a mi modo de ver, la belleza, el gusto o la gracia están en las pequeñas cosas.

Hoy quiero empezar a contaros la historia de cuatro amigos, iguales pero muy diferentes, que hace seis años decidieron recorrer Europa en tren, sedientos de aventuras y con una mochila a cuestas como único equipaje. Durante tres semanas, vivieron una experiencia inolvidable, que más tarde titularían "Miseria: La película". Para no aburriros demasiado, he decidido dividir esta historia en capítulos breves, porque ya sabéis lo que dicen, "lo bueno, si breve, dos veces bueno".

CAPÍTULO I

Todo comenzó a principios de julio, pocos días después de acabar los exámenes. A pesar de llevar muchos meses indagando en Internet y leyendo consejos de otros que lo habían hecho, nuestros protagonistas seguían sin saber qué meter en sus mochilas. Viajar con la casa a cuestas no era nada fácil y así, aprendieron a distinguir lo imprescindible de lo que no lo era. Cepillos de dientes, deportivas, chanclas y sobretodo, muchas camisetas. Y algún que otro artículo inesperado como un cargamento de latas de conservas o un biberón.

Una vez equipados con sus mochilas, las cuales se convertirían en un miembro más de su cuerpo (dos de las protagonistas incluso las bautizarían con nombres propios); los cuatro amigos cogieron el primero de una larga lista de trenes que, en este caso, los llevaría de Galicia hasta Madrid. Con vistas a la que sería una temporada de escaso cuidado personal y para ahorrarse el espacio de un peine, una de ellas apareció en la estación radiante con un nuevo corte de pelo (más práctico para el viaje en cuestión). Mientras él era incapaz de dormir dado el griterío de unas adolescentes con las que compartían vagón; ellas conciliaron el sueño enseguida, eso sí, en posturas poco dignas, de las cuales aún existen pruebas gráficas a día de hoy.

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