jueves, 9 de enero de 2014

Un gran hombre

Hoy quiero presentaros a alguien muy especial. Algunos tenéis el privilegio de conocerlo; otros habréis oido hablar de él en no pocas ocasiones. Dicen por ahí que todo genio tiene su musa; él es para mi, fuente de inspiración. ¿Os imagináis de quien puede tratarse? Os invito a leer el siguiente relato y a descubrirlo. Sólo os adelantaré una cosa, y es que le váis a coger cariño.

Desde mi cama puedo escuchar su radio; todos los días el mismo programa. A veces me levanto en mitad de la noche porque él se olvida de apagarla. Está tapado hasta arriba, las sábanas le cubren las orejas y sólo un pequeño ronquido delata su presencia. Creo que sueña con tiempos pasados, cuando era niño y jugaba en el campo, pues en su cara se dibuja una sonrisa de felicidad.
Por la mañana, el suelo cruje con sus pasos y sé que se ha levantado. Aunque intenta no hacer ruido, puedo ver su sombra cuando se asoma a través de la puerta. Tras asearse y tomar sus galletas con cola-cao, sale a la calle a hacer el recorrido de cada día: comprar el periódico, ir al supermercado y charlar con un amigo, mientras la perra de este le olisquea los zapatos. Todo el mundo en el barrio lo conoce y si algún día no sale preguntan por él. A través de sus viejas gafas, ve las cosas de otra manera: nunca tiene prisa y disfruta con sólo sentarse en un banco y oir cantar a los pájaros u observar las nubes del cielo. Siempre dice que no hay pintor en el mundo que las pueda reflejar tan bonitas cómo son.
En sus pequeños ojos veo reflejados largos años de duro trabajo, años de dedicación a los demás, años de los que habla con melancolía. En tardes lluviosas, su mente viaja en el tiempo hasta aquel pueblecito donde se crió. Parace estar contento en todo momento, pero yo sé que muchas veces no dice lo que siente para no causar preocupación. Cuando está nervioso, pasea de un lado a otro y su inquietante silencio me provoca temor. Luego se mete en su habitación y empieza a revolver los papeles que guarda en el fondo de su cajón.
Sentado en el sofá, coge el mando del televisor; su mano tiembla al ver las tristes noticias y se aflige su corazón. Entonces me recuerda lo afortunada que soy y después se marcha; otra vez vuelve a su habitación. En ocasiones, coge un libro de mi estante y me pregunta acerca del mar y de las estrellas, pues entre sus sueños de juventud estaba el de recorrer el mundo siendo pescador. Yo le digo que nunca es tarde para los sueños, pero él contesta que más de una primavera ya pasó.
Cuando regresa de la calle se quita sus miles de jerséis, su abrigo y su gorra; abre el armario y un fuerte olor a alcanfor llega hasta donde estoy. Con pantuflas en los pies, se dirige a la cocina y se coloca en el mismo sitio de siempre, donde callado espera por ese caldo que tanto le gusta. Después de tomarlo, entra en la conversación y ofrece sabios consejos; ochenta y ocho años, muchos son.
Llega la hora de dar cuerda al reloj, hora de volver a su habitación. Antes de acostarse, recorre la casa y comprueba que el cerrojo está echado. Desde el sofá puedo adivinar que se acerca y tambien las palabras que va a decir; las mismas palabras desde hace veinticinco años.
Ahora sintoniza su emisora preferida y esconde la radio bajo la almohada; apaga la lamparilla y se sumerge en su edredón de cuadros. Todo está en silencio, lo único que se escucha es la voz del presentador anunciando lluvias para mañana y, de fondo, una respiración rítmica y acompasada.

A pesar de todo, nunca deja de sorprenderme. Incluso en los momentos difíciles es capaz de hacerme sonreir. Porque así es mi abuelo; una persona como ninguna otra, alguien digno de admirar; en definitiva, un gran hombre. 

2 comentarios:

  1. Lo que reconoces en tu abuelo es lo que tú tienes de serie. Me alegro por los dos.

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    1. Creo q es lo más bonito q me han dicho en tiempo... Muchas gracias!!! :)

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