domingo, 4 de mayo de 2014

Desde Lugo a Bilbao, yendo por toda la orilla

Recién llegada del País Vasco, tengo a bien parafrasear la célebre canción que, hace unos cuantos años ya, dio el salto de Euskadi a los karaokes nacionales. El título de tamaño hit me viene al pelo para ilustrar mi breve incursión en tierras vascas; allá donde las montañas son increíblemente verdes, las gentes resueltas y los "pintxos", una institución. He aquí mi humilde crónica sobre esa región, genuina tanto a nivel paisajístico como personal, que sin ninguna duda merece la pena visitar. Yo repito seguro.

En los tiempos que corren y dados los estratosféricos precios de los aviones en fechas señaladas, la mejor opción para llegar al País Vasco desde Galicia es la Autovía del Cantábrico. Si no disponemos de vehículo propio, cogeremos el ALSA, con paradas en "Casa Consuelo", Oviedo, Gijón, Santander y Laredo (la rima es casual). Siete horas de viaje, en las que alternar el visionado del paisaje con el de las películas/series/videoclips que tengan a bien proyectar en el autobús; breves cabezadas a parte.

Llegando a Bilbao, veremos edificios grises, fábricas y gran cantidad de grúas, constituyendo el esqueleto de una ciudad eminentemente industrial. Una vez en la estación, seremos testigos del bullicio característico de una gran ciudad. Porque si los gallegos hablamos alto, los vascos ya ni os cuento; extraordinario volumen de sonido y capacidad pulmonar, especialmente patente en espacios cerrados como bares y cafeterías. Prestaremos atención también a sus atuendos y peinados; con la pretensión de constatar la veracidad de ciertos tópicos (disculpas de antemano por la generalización que viene en adelante). Pero algo que he observado es que a los vascos les gustan la ropa deportiva y las botas de trecking, son amantes de los piercings y no temen teñirse el pelo de colores (señoras con el flequillo verde o naranja por ejemplo). Son también gente de carácter, que reinvidica lo que quiere, que piensa y se mueve con avidez (y que saluda con un afable "kaixo"); en todo caso, gente de noble corazón. Pues no hay nada más tierno que ver a un niño corriendo por la calle y gritando "Aita, espérame". En cuanto a San Sebastián, me resulta difícil de describir. Si es posible enamorarse de una ciudad, he de confesar que he sufrido un flechazo, pues Donosti lo tiene todo, una playa maravillosa (la de la Concha), sobrecogedoras esculturas (El peine del Mar), glamour en el ambiente (el del festival de cine) y deliciosos pasteles (con "ikurriña" incluida). Lo único que le falta es una estación de autobús en condiciones, eso sí.

Solo me resta por tanto, concluir con la frase puesta de moda a raíz de la película Ocho apellidos vascos. Y es que "Euskadi tiene un color especial". A lo que me permito añadir "eskerrik asko", que si bien he descubierto que significa "Gracias por su visita", refleja a la perfección el sentimiento que nos invade al viajar al País Vasco; que es como estar en casa de la "amatxu".

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