A él no le gusta ser protagonista, se mantiene en
segundo plano; humilde y reservado. Cuando sale al centro del escenario, todas las
cámaras lo enfocan; y las chicas se miran, poniendo la mano en el corazón. Él,
reparte guiños y sonrisas, da la mano a quien se la tiende y, hace a la gente
feliz. Cuando canta, lo hace de maravilla, como corista o voz principal. Gestos
cómplices con sus compañeros; en contadas ocasiones, le escuchamos hablar. Gran
talento musical pero también personal. Suma delicadeza para con su guitarra; lo
mismo, para con sus admiradoras. Con imagen de chico duro pero tremendo corazón;
o al menos esa es mi impresión. Con su inseparable cigarrillo. Un rebelde sin
causa. Un James Dean al estilo gallego, con seseo, de las “Rías Baixas”.
A diferencia de otros artistas vinculados al
fenómeno fan, cuando pienso en él, veo a un ídolo de verdad (en el sentido de,
lo admiro o me gustaría ser como él). Un ídolo local del que podría aprender
cualquier ídolo internacional. Un ídolo que no hace alarde de su belleza, que
no se publicita, que sólo disfruta con lo que ama. Que es guapo y como digo yo,
“no lo sabe”. Que no busca que se lo recuerden. Que, incluso los chicos,
admiran (aunque a veces se celen un poco, eso sí). Que, a pesar del cansancio,
nunca tiene un mal gesto con el público. Que vive lo que hace y que contagia su
pasión. Él, sin ir más lejos, es una de las razones por las que yo, quise
aprender a tocar la guitarra.
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