A menudo, nos enamoramos de aquellas personas que menos nos convienen. Personas con un complicado historial amoroso, de carácter voluble o circunstancias vitales más o menos difíciles. Por el contrario, conocemos a otras que reúnen todas las características para ser nuestra pareja ideal y, sin embargo, no llegamos a enamorarnos, con lo fácil que sería nuestra vida en este caso. El problema es que, al igual que no podemos controlar lo que sentimos por los demás (nuestros propios sentimientos); tampoco podemos controlar lo que los demás sienten por nosotros (los sentimientos ajenos). Como dicen por ahí, “en el corazón, no se manda”.
Algo que he observado a lo largo de mi vida, es que
las personas mejor cualificadas para ser el novio/novia perfecto no suelen
tener pareja. La razón, no la sé. Quizás se deba precisamente a eso; a que el
amor es imperfecto por definición. Por un lado, los chicos buenos no entienden
por qué a las chicas le gustan “los malos” (no malos, sino complicados, creo yo).
Como consecuencia, los “novios perfectos” están solos. Las chicas, por su
parte, tienden a verlos como amigos; a pesar de tener la certeza de que harían feliz
a cualquier mujer; simplemente, no sienten más (y se maldicen por ello). Se
enamoran de chicos que las hacen infelices y se separan de ellos para no
sufrir. Como consecuencia, las “novias perfectas” están solas. Lo que está claro,
en cualquier caso, es que no podemos (ni debemos) obligarnos a querer a otro
por muy maravilloso/a que sea.
De la misma manera que no controlamos lo que otros
nos hacen sentir, no podemos obligar a nadie a que nos quiera. Esto es, por
regla general, mucho más complicado. En primer lugar, no asumimos que a esa
persona por la que daríamos todo, le somos indiferentes. Nos preguntamos
continuamente si piensa en nosotros, como nosotros pensamos en ella; pero la
respuesta es no. Estamos dispuestos a hacer cualquier cosa por él/ella, sin darnos
cuenta de que no nos lo ha pedido. Esperamos vacuamente una oportunidad que
nunca llega, nos ilusionamos con un gesto pequeño y hacemos una catástrofe de
una tontería. Así, actuamos cuando estamos enamorados y no somos
correspondidos. Como siempre, no lo entendemos hasta que nos pasa; aprendemos
que es duro dejar ir a alguien a quien amamos (dicen que el que nos quiere, nos
deja ir).
Los amores imposibles sólo triunfan en las
películas. Encuentros y desencuentros. Superar obstáculos juntos y ser felices
(eso de que “los amores reñidos son los más queridos”). En la realidad, lo que
necesitamos a nuestro lado son personas que nos faciliten la vida y no, que nos
la compliquen. Aunque, repito, no es algo que podamos decidir. No debemos
tampoco olvidar una cosa; citando una de mis películas favoritas (Angelica dice
a Pete: “Todo el mundo es Tad Hamilton para alguien; tú eres Tad Hamilton para
mí”). A veces, es a nosotros a quienes nos rompen el corazón; otras, somos
nosotros quienes se lo rompemos a alguien. Víctimas y verdugos, las dos a la
vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario