lunes, 4 de agosto de 2014

Pistas y primeras citas

Las hay desastrosas y también inolvidables. Algunas transcurren en lugares clásicos como el cine o una cafetería; otras, tienen lugar en sitios no tan clásicos como una granja o la verbena del pueblo. En algunas, no dejamos de mirar el reloj y en otras, perdemos la noción del tiempo. A veces, ansiamos la despedida, y quizás un beso; otras veces; tememos el adiós bajo la amenaza de una situación incómoda. En cualquier caso, las primeras citas son clave en el establecimiento de una posible relación; es cuestión de química, la hay o no.

Las primeras citas son una herramienta indispensable para evaluar la compatibilidad entre dos personas, pudiendo ocurrir dos cosas; que funcione o que no. Cuando invitamos a alguien a salir (en el sentido romántico del término, quiero decir) es porque esa persona “nos gusta” o lo que es lo mismo, nos atrae físicamente. A nivel biológico, sucede que nuestros sistemas inmunitarios son diferentes y compatibles; esto es, somos válidos para procrear juntos. “Biológicamente compatibles”, primera prueba superada. La clave es lo que pasa después, cuando vamos más allá de la simple atracción. Porque la conversación y los intereses en común son los que nos empujan a querer pasar más tiempo con esa persona, a seguir conociéndola y en último término a categorizarla de una u otra forma.

A veces, quedamos con alguien que nos gusta y descubrimos, en una primera cita, que somos radicalmente opuestos; lo que yo llamo, “personalmente incompatibles”. No prestamos atención a lo que esa persona nos dice; solo pensamos en satisfacer nuestros instintos (algo perfectamente válido, por otra parte). Lo que nos une es el deseo por el otro y no sentimos la necesidad de compartir nuestro tiempo o inquietudes con aquel/aquella con el que apenas sintonizamos. Disfrutamos del tiempo que pasamos juntos pero no le echamos de menos cuando no está; pensamos en esa persona puntualmente. Por mucho que nos veamos, no corremos peligro de “engancharnos”. Segunda prueba no superada; no hay riesgo de enamoramiento, forma de amor “libre”; no condiciona nuestra vida. Nos hace felices.

Otras veces, quedamos con alguien que nos gusta y descubrimos, en una primera cita, que tenemos muchas cosas en común; lo que yo llamo, “personalmente compatibles”. Prestamos atención a lo que esa persona nos dice; pensamos en satisfacer nuestra curiosidad por el otro, queremos saber más. Lo que nos une es el interés por la otra persona y sentimos la necesidad de compartir nuestro tiempo e inquietudes con aquel/aquella con quien nos identificamos. Disfrutamos del tiempo que pasamos juntos y, además, le echamos de menos cuando no está; pensamos en esa persona frecuentemente. Cuanto más nos veamos; más peligro corremos de “engancharnos”. Segunda prueba superada; riesgo de enamoramiento, forma de amor “cautivo”; condiciona nuestra vida. Nos hace más felices si cabe.

El resultado de una primera cita no lo podemos prever de antemano; es por eso que, debemos acudir a ellas, experimentarlas, darle al otro la oportunidad de expresarse. Si alguien nos gusta, es lógico que intentemos conocerlo; ya descubriremos con qué expectativas. Y si resulta que no las tenemos, lo lógico es que seamos sinceros y disfrutemos del momento. Porque superemos o no la segunda prueba (que constituye la primera cita), es lícito que nos amemos. Al fin y al cabo, el amor en cualquiera de sus formas, nos hace felices.

No hay comentarios:

Publicar un comentario