Las mujeres piensan en muchas cosas. Algunas, en estar siempre guapas, cumplir con las expectativas de su sexo e incluso, renunciar a sus ideales y así agradar a los hombres; siendo incapaces de estar solas. Otras, en sentirse bien consigo mismas y, al margen de las expectativas de su sexo, ser fieles a sus ideales e interactuar con los hombres; siendo perfectamente capaces de estar solas.
Los hombres, por su parte, se esfuerzan en entenderlas;
quizás, no lo consigan nunca. A favor de ellos, diré que el cine y la
televisión los confunden. Porque las mujeres de hoy en día, no son como las de
las películas. No todas desean tener un “novio” que las lleve al altar vestidas
de blanco pero sí, alguien que esté a su lado (sin necesidad de ponerle
nombre) y las haga sentir especiales. Ya lo decía Sabina, que “las niñas, ya
no quieren ser princesas”. Lo que no es ningún cliché, sin embargo, es que las
mujeres son inseguras por naturaleza; han de serlo, la biología las empuja a
ello. Y ahí es donde los hombres entran en juego; en muchos casos, para
alimentar su confianza y, desafortunadamente en algunos, para arrebatársela.
Si bien es cierto que la autoconfianza no ha de
estar condicionada por lo que piensen los demás (en este caso, el género
opuesto); el concepto de uno mismo lo construimos gracias a la percepción que
los demás tienen de nosotros. Este hecho es especialmente importante para las
mujeres; preocupadas a menudo por la imagen que proyectan para con el sexo
opuesto. Una imagen que, a veces, no se corresponde con la realidad; pero que
si recibe un refuerzo por parte del género masculino, ellas mismas acaban
creyendo. Me viene a la cabeza el ejemplo citado mil veces; el hombre que está
con muchas mujeres y adquiere gran reputación; la mujer que está con muchos
hombres y a reputación; le sobran sílabas.
Llegados a este punto, lo ideal sería que por un
lado, las mujeres no supeditasen la confianza en ellas mismas al criterio de
los que no entienden (y tampoco tienen culpa de no hacerlo); y por el otro, que
los hombres, se pusiesen momentáneamente en la piel de las mujeres e intentaran
comprender precisamente eso, lo que implica ser mujer. Yo, solidarizada con el
sexo masculino, ofrezco a mis lectores, algunos de los pensamientos femeninos
más recurrentes. Una síntesis breve, enumerarlos todos os haría enloquecer.
“Al sol, se me ven pelillos en las piernas (ya no sé
cuál es el mejor método de depilación). Tengo las puntas abiertas (y qué cara
es la peluquería). Esa lleva el mismo modelo que yo (Dios maldiga a
Inditex); tengo que cambiarlo en la
próxima celebración. El bolso y los zapatos no combinan (maldición). Quiero
ponerme una camiseta de tiras/palabra de honor y se me ve el sujetador (una
catástrofe, como no). Si le digo de quedar, va a pensar que soy una chica fácil
(ni de broma, me hago la difícil porque a ellos, es lo que les gusta). Me
encanta que tenga detalles conmigo y que se acuerde de mis cosas (pero no se lo
digo porque tiene que salir de él; si no, ya no me vale). Me apetece comer
chocolate o golosinas; aunque luego me siento mal (lo compenso con un poco de
ejercicio, no vaya a ser que si engordo unos kilillos le deje de gustar)”. Y un
largo etcétera de cosas absurdas.
Con esto, no pretendo ridiculizar al género
femenino; solo relatar hechos verídicos en clave humorística (no me negaréis,
chicas, que digo la verdad). Aunque siempre hay “individuas” que difieren de la
mayoría; yo misma, soy un ejemplo; pero no, el único.
Nota.
Al releer este texto que escribí hace unos días, decidí eliminar un
párrafo del original concerniente a mi persona. Todos aquellos
interesados/as en leerlo, no tenéis más que mandarme un mensaje privado y
lo recibiréis en vuestro corréo. Siempre, al servicio de mis fieles
lectores.
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