sábado, 9 de agosto de 2014

Aquí no hay playa

Los del interior, nos hemos acostumbrado a ello y, como consecuencia, preferimos la montaña cuando se trata de desconectar y relajarnos. Pasear por el monte, disfrutar de la vegetación y si acaso, darnos un baño en el río los días de mucho calor. Aunque de vez en cuando nos gusta cambiar de aires, más de un fin de semana en la playa es suficiente para estresarnos; entre bártulos, arena y quemaduras solares varias.

A los del interior, se nos ilumina la cara cuando avistamos el mar desde la carretera. Abrimos la ventanilla del coche; dejamos que el aire embargue nuestros pulmones y soltamos frases del tipo “huele a mar”. Nos pasamos el día metidos en el agua, disfrutamos de las olas; porque fuera nos arde la piel. Llevamos sombrilla y crema solar pantalla total (para blanco nuclear). Nos bañamos con sombrero y gafas de sol, al estilo Sara Montiel. Lucimos con orgullo nuestro bronceado “código de barras”; el de andar por ahí al sol, colorcillo en brazos y piernas, barriga lechosa. Nos hartamos de comer marisco y decimos eso de que “en la costa, sabe mejor”. Los de Ourense invadimos Samil; los de Lugo, Barreiros; los de Santiago, Noia y alrededores. Eso, algún que otro día.

A los del interior, se nos ilumina la cara cuando vemos un charco en los días calurosos; nos refrescamos como podemos; en piscinas, fuentes o con mangueras. Cerramos las ventanas de casa y soltamos frases del tipo “non se para” o “mi madriña, que calor vai”. Nos pasamos el día metidos en la bodega, jugamos a las cartas; porque fuera no podemos respirar. Llevamos gorra si vamos al bar (y a la partida jugar). Entornamos el sol con la mano, al más puro estilo rural. A la “noitiña”, salimos a pasear; nos ponemos bermudas y manga corta para coger algo de color. Nos atrevemos a comer cocido, callos y potajes en las fiestas; yo digo, ojo a la posible indigestión. Los de la ciudad invadimos las aldeas; andamos de verbena de aquí para allá. Eso, la mayor parte de los días.

Aunque es agradable despertarse con el sonido de las gaviotas; los del interior, nos quedamos con el canto del gallo por la mañana temprano. Aunque está bien no tener que usar chaqueta en todo el día; los del interior; optamos por ponérnosla al amanecer y cuando “empeza a refrescar”. Aunque nos guste conversar en una terraza o un chiringuito; los del interior; preferimos hacerlo en la huerta o en una banqueta del lugar. Aunque, de vez en cuando, comamos pescado o productos del mar; los del interior; elegimos la carne, el producto animal. Y aunque nos encanten las olas y a pesar de la increíble frialdad del agua fluvial; los del interior, nos decantamos por la montaña y el río y no, por la playa y el mar.

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