De pequeña, Magui fue una niña ejemplar. "La ponías en un sitio y allí se quedaba, quietiña", son declaraciones de mamá. En el cole, muy aplicada; yo, la observaba a dos años de distancia. Vi como aprendió a tocar la flauta y como aprendió a nadar; yo, también quería y ella tuvo la paciencia de enseñarme. Fui testigo de sus progresos en natación (desde una pequeña ventana del pavellón), con la que empezó por problemas de espalda, llegando incluso a participar en alguna competición.
De mayor, Magui es una enfermera ejemplar. "Volve pronto neniña", le dicen los abueletes del hospital. En la residencia, currante como la que más; yo, la admiro sobremanera por su trato hacia los demás. Veo cómo se esfuerza por cuidar a sus pacientes y cómo padece a consecuencia de turnos interminables; yo, tengo curiosidad por su trabajo y ella tiene la paciencia de contarme. Soy testigo de las veces que hace "de tripas corazón", de la dureza de su trabajo y de la satisfacción que le reporta.
Sin duda alguna, Magui nació para cuidar de las personas. Lo hacía conmigo antes, lo hace ahora con sus pacientes. Magui es una amiga ejemplar, solícita y bondadosa, la mejor hermana que me podía tocar. Mi hermana y yo charlamos en cama de madrugada, compartimos gustos y aficiones y de vez en cuando, hacemos alguna escapada. Mi hermana y yo nos complementamos; somos distintas e iguales, ella me aporta lo que a mi me falta, me aconseja y "es mi luz en los momentos de oscuridad".
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