domingo, 2 de noviembre de 2014

Memorias de Aula

Cruzarse con un buen profesor, siempre resulta inspirador. Alguien que ama lo que hace, capaz de contagiar su entusiasmo; de convertir al alumno más "pasota" en el más brillante. Hay personas que simplemente, tienen ese don. Poseen no solo los conocimientos, sino la habilidad necesaria para comunicarlos. No basta con ser especialista en un determinado tema para enseñarlo; a mi modo de ver, hace falta más, nociones de psicología, empatizar, fomentar la creatividad, transmitir, llegar. Yo, he tenido grandes profesores a lo largo de mi vida. Ellos han sido y son para mí una fuente de inspiración.

Los de Parvulitos y Primaria; los del cole, "las seños" y "los profes". Recuerdo a doña Lourdes, con su abrigo de pieles, su chepa y sus castigos frente a la pared. A doña Etelvina, con sus monturas brillantes, su perrete y los enjuagues con fluor que nos mandaba hacer. A don José María, con su gomina en el pelo, con sus deberes y sus parabolas de religión. A don "Canal" (de apellido, de nombre Manolo), con su chándal, sus bromas y sus ejercicios de respiración ("dentro, dentro... fuera"). A don Vicente, con sus gafas opacas y su bastón, habitual de Salesianos con esa forma suya de caminar. A Pilar Vilachá, con sus fulares extremadamente grandes, su coleta y sus frases célebres sobre "potenciación y radicación" (donde "caíamos como moscas"). A "Richard, el teacher", el primer profe de inglés que pronunciaba correctamente "friend", con su aire de "gentleman", su simpatía y los partidillos de baloncesto que jugaba con nosotros.

Los del instituto, en la ESO y en bachiller; con sus motes, su extrema paciencia, sus nociones de la vida, su humor. Recuerdo a don Manolo; con sus mapas bajo el brazo, sus clases de geografía y esa especie de "antena" que usaba para señalar (además, de la mesa de alumnos dormidos golpear). Al profesor Albino Núñez, con su traje y su corbata, sus lecciones magistrales y ese cuaderno azul con el listado de alumnos que mandaba a la palestra a decir la lección (suspiros de alivio cuando pasaba la hoja en la que estabas tú). A "Paco", con sus coloretes característicos, su línea del tiempo y su explicación de la historia totalmente imparcial. A "Reme", con sus libros bajo el brazo (siempre a toda velocidad), sus lecciones de literatura y su devoción por "La vida es sueño" de Calderón. A Geijo, con su sempiterna sonrisa, su carácter vacilón y su particular cruzada contra las faltas de ortografía (a pesar de ser el profe de Ciencias de la Tierra). A Boullón, con su bata blanca, sus cristales de palillos y plastilina y sus exámenes de química "uni-simulación". A Milagros, con sus tizas de colores, sus dibujos de mitocondrias y cloroplastos y su obsesión con el mal olor. A Dora, con el Teorema de Pitágoras (para los amigos, "Pitagorín"), con sus derivadas e integrales y su frase célebre "al examen, además de calculadora, traed la cabeza". A Monxardín, con sus historias sobre la "Xeración Nós", su personalidad arrolladora y su voz de doblador.

A día de hoy, en la universidad, echo la vista atrás y pienso que tenían esas personas en común, que había en ellos de especial; y si algo amaban sobre todas las cosas era el hecho de enseñar. La alegría de ver a un alumno evolucionar o la tristeza de verlo fracasar. Poner buenas o malas notas; suspensos o matrículas de honor. Felicitar, "castigar", motivar. En todo caso, interactuar con gente diferente, comunicar. Una labor compleja, inigualable; especial. Yo, creo que enseñar es cambiar la vida de las personas; al menos, es lo que ellos hicieron conmigo. Algo a lo que, a día de hoy, también aspiro yo.

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