miércoles, 29 de octubre de 2014

El ancla

Pensando, pensando; he llegado a la conclusión de que aunque en la vida hemos de ser autosuficientes y practicar el apego seguro (el que no genera ansiedad por separación); siempre necesitamos alguien en quien apoyarnos. Esa persona normalmente va cambiando a lo largo de los años; ha de estar a nuestro lado para ejercer su función como tal. Esa persona nos complementa, a ella acudimos cuando tenemos un problema; nos conoce mejor que nadie y su consejo vale el doble que el de los demás. Lo más importante, defraudar a esa persona nos duele infinitamente más; esa persona es nuestro "ancla".

La figura del "ancla" puede estar encarnada por mucha gente; desde un hermano a un amigo, pasando por la propia pareja o un mentor. En todo caso, alguien de sólidos principios que nos orienta, nos sirve de guía; nos hace ver lo que está bien y lo que no. Nos cuesta mucho imaginar nuestra vida sin esa persona en ella; nos sentimos perdidos en su ausencia. Habitualmente, pensamos "qué haría yo sin ti". Esa persona nos saca de nuestro ensimismamiento; nos convence de que somos capaces de "todo y más", nos da la fortaleza que nos falta cuando flojeamos; nos empuja a materializar nuestros sueños.

Ser el ancla de alguien no es tarea fácil; implica muchas veces dejar los sentimientos a un lado, "hacer de tripas corazón". El ancla tiene por misión llevarnos por el buen camino; lo que conlleva, en ocasiones, darnos reprimendas o verbalizar lo que la gente piensa acerca de nosotros y no se atreve a decir. El ancla puede actuar como portavoz de malas noticias; nos conoce, sabe como decirnos las cosas para no herirnos; y simplemente, sacarnos de nuestro error. El ancla, de alguna forma, se responsabiliza de nosotros; porque nos quiere, se convierte en una especie de tutor.

El ancla nos aporta tanto, que siempre nos parece poco lo que podamos hacer para devolverle el favor (el de cuidarnos, el de cargarse con tal responsabilidad). Lo que sentimos por el ancla supera el cariño, la amistad e incluso, el amor. A esa persona la admiramos sobremanera; la convertimos en un modelo, un ejemplo de perfección. Al ancla, le profesamos una clase de devoción. Lo único que deseamos es estar a la altura de sus expectativas, no fallarle. Al ancla, le otorgamos la potestad de "juzgarnos" y lo que más deseamos en el mundo, es que nos diga "estoy orgulloso/a de ti".

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