jueves, 12 de marzo de 2015

La convivencia consume

Siempre lo he pensado, convivir consume "recursos cerebrales". Si bien es cierto que en determinadas épocas de la vida, lo hacemos apenas sin esfuerzo, existen otras en las que se transforma en una actividad agotadora, llegando incluso a sobrepasarnos. Este hecho se hace patente a medida que nos hacemos mayores, adquirimos más responsabilidades (laborales) y tomamos conciencia de lo preciado de nuestro tiempo; valorando más que nunca nuestros momentos de soledad y descanso.

Cuando nos habituamos a vivir de forma independiente, compartir el hogar con otros (compañeros de piso o familiares) resulta una ardua tarea. Ya no nos apetece dar explicaciones; ni decir adónde vamos ni con quién. Ya no somos capaces de concentrarnos cuando están hablando varias personas a la vez; en la mesa, los gritos nos molestan. Ya no disponemos de un lugar en casa donde estar tranquilos y en silencio, porque "dos ya es una multitud". Nos dirán que somos unos "cascarrabias"; intentarán convencernos de que es "algo malo", finalmente entenderán que no es así y nos respetarán.

Sintiéndonos asediados, es a nuestra habitación adonde vamos a "refugiarnos" (algunos privilegiados). Ese "pequeño rincón del mundo", donde nos quedamos a solas con nuestros pensamientos. Y damos rienda suelta a nuestra imaginación, a la música, a la creación artística. Cualquier intento de "entrar" en nuestro espacio es percibido como una agresión; cuando cerramos la puerta, no deseamos que nadie nos perturbe; pues si queremos conversación, saldremos a buscarla. Nos tildaran de "asociales", nos dará lo mismo; leer solos en nuestra habitación antes que ver la tele en compañía en el salón.

La convivencia nos enseña muchas cosas; es una experiencia muy enriquecedora, que sin lugar a dudas nos ayuda a crecer como personas. Sin embargo, llega un momento en que nuestro cerebro "no puede más", y aunque se esfuerce no es capaz. Tras una dura jornada laboral, no le salen las palabras, no tiene "recursos disponibles", solo quiere descansar. A nuestro cuerpo le ocurre igual, nos pide "posición horizontal". Y es que cuando empezamos a vivir de verdad, el "con" difícilmente ha lugar.

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