viernes, 20 de marzo de 2015

La felicidad es el antídoto contra la enfermedad

"Lo que pensamos varía nuestra biología", afirma Bruce Lipton, doctor en Medicina e investigador en biología celular. Y es que actualmente, la ciencia está logrando demostrar cómo lo que pensamos y la forma en la que vivimos determina nuestros genes. Si bien de antaño sabemos que el bienestar físico contribuye enormemente a la felicidad (os remito a mi post "Coronar la pirámide de Maslow"), recientemente se ha descubierto que sucede también al contrario; tener pensamientos positivos mejora sustancialmente nuestra salud y calidad de vida. 

Ejemplos de este tipo hay cientos; milagrosas curaciones de pacientes optimistas, gente que apenas se pone enferma porque siempre está feliz (y su sistema inmunológico es competente) o el tan conocido "efecto placebo", cuando nos recuperamos solo con creerlo. A este respecto, he descubierto un vocablo que desconocía, lo contrario al efecto placebo, el "efecto nocebo". Si creemos que algo nos hará daño, acabará por hacérnoslo. Mientras que la química de la alegría y el amor hace crecer nuestras células, la del miedo, hace que mueran; siendo los pensamientos positivos un imperativo para una vida saludable.

Extrapolando los resultados de estas investigaciones a la vida cotidiana, nos damos cuenta de que nuestra salud depende en gran medida de nuestro estado de ánimo. Es por eso que nunca me he conformado con lo que algunas personas, empeñadas en vivir un sufrimiento constante, argumentan en relación al cambio, "es que soy así; nada puedo hacer, ya me gustaría". Cierto es que venimos al mundo con una dotación genética única pero nuestras células cambian en función del entorno, pudiendo crear un mismo gen 30.000 variaciones de sí mismo en función de las circunstancias.

Para vivir bien y muchos años, lo que debemos hacer es buscar activamente los estímulos que alimentan nuestro organismo, como la alegría y el amor y deshacernos de aquellos que nos generan estrés, acortando la vida de nuestras células, como la angustia o el miedo. Cuando estamos contentos, sonreímos. Lo más sorprendente es que cuando sonreímos, automáticamente nos ponemos contentos; es un flujo bidireccional. Y cuando estamos "felices y contentos", no nos ponemos enfermos, siendo todavía más felices si cabe.

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