miércoles, 8 de abril de 2015

24 horas en Urgencias

Sábado, 11:30 de la noche. Mi madre y yo haciendo cola en el triaje. Miro el cartel con los códigos de colores. "A ver si me ponen el amarillo, que son sólo 60 minutos de espera". Me adjudican dicho color. Estoy de acuerdo; hay gente mucho peor. Vamos a la sala de espera y allí nos sentamos, a ver las horas pasar. Concretamente, cinco; sentados, tumbados, de pie. Un niño revoltoso, que corre de un lado a otro, arranca sonrisas a los que allí estamos; se llama Roberto y va al cole a Carballiño. Una señora, en una silla de ruedas, de nombre Florinda, responde a la enfermera cuando esta le pregunta por su acompañante, "eu saín soa xa pola mañá". En lo referente a sus problemas, contesta "nena, eu teño moitas cousas".

Domingo, 04:30 de la madrugada. Me pasan a un box de urgencias, el número 13. Cambio las sillas de la sala de espera por una camilla de sky; al menos, me puedo estirar. Una enfermera me extrae varios tubos de sangre y me coloca una vía mientras sonríe. Es un ángel, me pone un gotero para el dolor.
Al cabo de un rato, regresa; me tiene que volver a pinchar; a falta de uno, en dos sitios distintos. Le duele la espalda, se sienta para trabajar. Me dice "después de esto, me vas a odiar"; yo, respondo "qué va". Pienso en mi hermana, en lo que las enfermeras, tienen que aguantar. Paso calor, se me seca la boca, me duermo a ratitos y me despierto de un susto.

Domingo, 09.00 de la mañana. Aparece un médico argentino; indignado porque aún no me hayan puesto terapia. Sé, gracias a mi hermana, que las enfermeras sin prescripción médica, no pueden hacer nada. Me levanta el castigo; por fin, puedo beber. Entonces, dejo de ser Eva, soy "pielonefritis". Me ponen antibiótico y una auxiliar muy maja me trae algo para desayunar. Mi espalda está pegada a la camilla; me consiguen una cama. El señor que la trae, me dice "cuidado al apoyarse, que no frena". Reprimo una carcajada; por un momento, me imagino una cama descarrilada. Paso las horas entre sueños, sorbos de agua y goteros.

Domingo, 19.00 de la tarde. Dos celadores muy agradables llegan para trasladarme a la sala de observación, de controladora de acceso estoy. Voy sentada en la cama, sonriendo, con mi ordenador y la coleta de lado. Una de las enfermeras exclama "qué gusto verla así". Rápidamente, acude a mí. Me dice que la avise de cualquier cosa; no hay timbre, al grito de "enfermera". Me ponen el termómetro y la medicación. Después de la cena, de que se hayan ido las visitas, la sala se queda más o menos tranquila; salvo por las "voces" de una señora mayor que, en cierto momento, grita "acudídemeeeee". Me muerdo el labio; cuantas veces mi hermana lo relató. Cuando apagan las luces, todo queda en silencio; el sonido de los respiradores, toses y ronquidos (al estilo "The Walking Dead").

Lunes, hora indeterminada de la madrugada. Me despierta el sonido de la cisterna. Abro los ojos y me encuentro una hilarante visión. Un viejete se levanta para ir al baño; con el camisón medio desabrochado. La enfermera le dice "señor, adónde va". Viene a ponerme la medicación; es muy dulce, "a ver si ahora puedes descansar, me dijeron que ayer te hicieron esperar". Me vuelvo a dormir.
Lunes, 09.00 de la mañana. El médico argentino reaparece con buenas noticias; me da el alta. Una enfermera joven me quita las vías con delicadeza, me llama "cariño", como paciente, me doy cuenta de lo afortunada que soy. Me apena no saber sus nombres; al personal de urgencias, agradecida estoy.

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