sábado, 28 de junio de 2014

La buena vida del congresista

Gente andando en todas direcciones y parándose cada poco a saludar. Mesas repletas de dulces a las que acercarse audazmente para no quedarse sin nada. Azafatas con pañuelos de colores, abriendo puertas y portando micrófonos. Pósters "caseramente" colgados que pocos se paran a mirar (los expertos y poco más). Stands con todo tipo de regalos para el avituallamiento del hogar. Charlas magistrales unas; soporíferas, las otras. Bulle bulle de fondo. Algunas de las cosas que el congresista podrá ver u oir.

Mostrar la acreditación al entrar y al salir. Cargar la mochila con el material. Comer y beber a todas horas. Hacer nuevos contactos. Conocer la ciudad y, de paso, disfrutar de la gastronomía local. Algunas de las "arduas" tareas que el congresista deberá realizar; al margen del estrés correspondiente si toca presentar.

Por el día, ser profesional. Escoger a qué comunicación acudir; consultar el programa una y otra vez. Emplear o no servicio de traducción. Prestar mayor o menor atención a la ponencia. Aprender de los mejores. Tomar notas. Cambiar de sala cuando es ocasión. Aplaudir y, a veces, preguntar. Intercambiar opiniones, teléfonos y corréos electrónicos; dar la mano (palmadita en la espalda, los varones) y sonreir.

Por las noches, pasarlo bien. Ir de "sidrinas", a cenar y después a bailar. Enseñar pulsera acreditativa para acceder al pub (cortesía de...). Rememorar los 80s. Vestir de forma elegante y posar para las fotos. Confraternizar con los compañeros de mesa, degustar platos de "nouvelle cuisine"; charlar con colegas en la pista de baile, saborerar un gintonic. Practicar idiomas o cantar folclore popular. No suena mal...

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