lunes, 29 de diciembre de 2014

Esos años en los que sufrí inútilmente

A pesar de lo catastrofista que pueda parecer el título de este post, lo que pretendo hacer en adelante es un alegato a favor del aprendizaje y el crecimiento personal y en contra del drama y el victimismo. A través de experiencias personales, quiero mostraros como descubrí lo que los psicólogos denominan "inutilidad del sufrimiento"; en términos de amistad y amor. He de matizar algo y es que en este caso, el sufrimiento no fue completamente "useless", sino una vía para alcanzar importantes conocimientos, sobre las personas en general y sobre mí misma, en particular. En ocasiones, la gente me pregunta de dónde nace mi positividad y quizás esta sea la respuesta, pues en ambos momentos, experimenté en mi propia piel qué es la resiliencia.

Cuando ella y yo nos separamos al empezar la universidad, mi mundo se rompió en mil pedazos. Después de quince años siendo mi mejor amiga, nunca creí que, de repente, fuese a desaparecer de mi vida. No fue algo que ocurriese de la noche a la mañana (a causa de una discusión), simplemente que nuestra relación se fue enfriando y, de "ser uña y carne", pasamos a convertirnos en completas desconocidas. Ya no nos llamábamos por teléfono, apenas nos veíamos y cuando eso sucedía casi no teníamos de qué hablar (a pesar de lo mucho que nuestra vida estaba cambiando en esos años). Nuestras diferencias, las que por tanto tiempo nos habían hecho inseparables, acabaron por crear un abismo insalvable entre nosotras. Durante años, me sentí perdida en su ausencia, lloré por las noches, me cuestioné haber hecho algo mal (algo que la hubiese herido), nunca entendí porqué ella sacaba tiempo para los demás y no para mí; hasta que un buen día, se me agotaron las lágrimas.
Comprendí que "la amistad es cosa de dos", que por mucho que pongamos de nuestra parte, si el otro no responde, imposible es hacer que funcione. Comprendí también que las prioridades de las personas cambian, que es posible que quien nos prometió una eternidad juntos luego no la desee y que ya no tengamos hueco en su "nueva" vida. Ella era "mi dios", yo, la idolatraba pero ella, no me correspondía. El tiempo me enseñó que mi vida seguía a pesar de no tenerla, cada vez dolía menos, un arduo camino hacia la indiferencia.

Cuando él y yo nos conocimos, mi mundo se paró de repente, se puso "patas p'arriba". En veintitres años, nunca me había sucedido nada parecido; por aquel entonces, yo creía que nunca me pasaría. Aconteció de la noche a la mañana y sin saber porqué, de un desconocido pasé a estar enamorada. Lo llamaba por teléfono, casi nunca respondía; apenas nos veíamos y cuando eso sucedía él siempre tenía prisa por marcharse. Nuestras diferencias, las que tanto me atraían, acabaron por convertirse en una obsesión; yo lo único que quería es que me diese la oportunidad de conocerlo. Durante años, me sentí vacía en su ausencia, lloré por las noches, me cuestioné mi forma de ser, nunca entendí porqué no fue "cruel" conmigo como así yo se lo pedía; hasta que un buen día, se me agotaron las lágrimas.
Comprendí que "el amor no puede controlarse", que por mucho que queramos evitarlo, aparece y nos hace vulnerables. Comprendí también que hombres y mujeres buscamos cosas distintas, que hay personas que no nos quieren en su vida pero no tienen el valor de decírnoslo abiertamente. Él era "mi dios", yo lo idolatraba pero él no me correspondía. El tiempo me enseñó que mi vida seguía a pesar de no tenerlo, cada vez dolía menos, aunque el corazón aún me da un vuelco cuando lo veo.

A pesar de lo que sufrí por estas dos personas, les estoy profundamente agradecida; sinceramente, lo digo, pues soy consciente de que nunca quisieron hacerme daño. Ellos me enseñaron una valiosa lección y es que, en la vida, "nadie es imprescindible", lo absurdo que es pensar "no puedo vivir sin él/ella". Ellos me descubrieron la fortaleza que había en mi interior, me hicieron crecer como persona. Desde entonces, empecé a "economizar" mis lágrimas, derramándolas solo por aquellos que de verdad me quieren, por las personas a las que les importo y que me importan. Gracias a ellos, aprendí a valorar la amistad y el amor verdaderos. Ya solo por eso y, aunque no formen parte de mi vida, siempre tendrán mis mejores deseos.

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