viernes, 17 de octubre de 2014

Mis adorables vecinos

Los vecinos, los hay de muchos tipos. A unos, les hacemos regalos cuando nos mudamos. A otros, sencillamente, nos alegramos de perderlos de vista. Con algunos compartimos confesiones, la sal, el secador; a otros, si pudiésemos les haríamos la zancadilla por las escaleras. A unos les da por poner la música a tope a horas intempestivas; otros, tienen una agitada vida sexual que nos roba horas de sueño. Y esto último, es una constante; hables con quien hables, te dirá "yo también tengo un vecino f...". Crisis de la vivienda y adiós a la intimidad.

Yo, siempre me he encariñado con mis vecinos. Al vivir en un piso y considerando el escaso aislamiento de los mismos; nuestros vecinos acaban formando parte de nuestra vida; y su rutina se convierte en la nuestra. Somos conscientes de cuando van al baño, cuando hacen la limpieza o cuando tienen un mal dia y la emprenden a gritos con los demás "habitantes de la casa". Si coincide que queremos descansar; estas cosas no nos placen en absoluto; es más, nos ponen de muy mal humor. Algunas situaciones irritantes que he vivido en primera persona. Obras de remodelación que duran días, teléfonos que suenan hasta el cansancio o gente "gocha" que saca el culo por la ventana y nos ensucia los cristales. Increíble pero cierto.

A pesar de que acudamos a ellos en ocasiones, en la ciudad vivimos al margen de nuestros vecinos. Nos hemos acostumbrado al ruido que hacen, a sus portazos o a sus dudosas capacidades de aparcamiento. Hacemos nuestra vida y ellos, hacen la suya. En todo caso, les sujetamos la puerta en el portal o hablamos con ellos en el ascensor (normalmente, del tiempo, de qué si no).

A mí, los que realmente me gustan, son los vecinos de la aldea, los que entran en nuestra propiedad como "Perico por su casa", los que abren nuestra nevera, los que nos riegan las plantas o dan de comer al perro cuando nos vamos de vacaciones (yo, que soy fan). El nivel de confianza es tal que, a veces, quieren incluso organizarnos la vida. Llegados a ese punto, es cuando les ponemos freno ("quieto parado"). Mientras tanto, disfrutamos de la camaradería; jugamos a las cartas y "hacemos trajes" a unos y otros; porque nuestros vecinos son, como de la familia.

Si bien todos deseamos tener nuestros momentos de privacidad, refugiarnos en casa y aislarnos del resto del mundo; compartir cosas con nuestros vecinos es algo maravilloso, un "feedback" social muy importante en un mundo en el que "cada uno va a su bola". Pensad que si nos ocurre algo en casa, nuestros vecinos son siempre los primeros en acudirnos (mientras llegan la familia y demás).
Qué bonito es pasear por el pueblo y saludar a los paisanos; echarle una mano al de al lado con la vendimia, la matanza o con las vacas; darle conversación a un anciano que está sentado en una banqueta viendo el tiempo pasar. Esas son algunas de las cosas que añoro del campo. Eso y que cuando voy por ahí, la gente diga: "Esa, éche a filla do Perfecto".

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