martes, 22 de julio de 2014

El credo del aventurero

Para conocer nuevos parajes, ampliar horizontes y comprender un poco mejor el mundo en el que vivimos, es necesario que abandonemos la comodidad del hogar y nos embarquemos en nuevas aventuras. Si queremos llenar nuestra mochila de grandes historias, hemos de estar dispuestos a pasar hambre, sed, frío o calor. A dormir en estaciones o aeropuertos (y a correr por ellos). A descuidar, en ocasiones, nuestra higiene personal. Todo ello para, en último término, aprender a discernir lo que es importante de lo que no.

El experto aventurero lleva consigo lo esencial, un bulto con las justas pertenencias. Es madrugador y poco escrupuloso, se ducha en cualquier lugar. No se agobia planificando la jornada, pide consejo a las gentes del lugar y simplemente se deja llevar. Viaja a lugares “atípicos”, donde van las minorías. No suele salir en sus fotos. Dice que sí cuando la gente le invita a algo. No le importa comer bocadillos o directamente, no comer (lo justo y necesario para sobrevivir). No suele quejarse. No cambia demasiado de ropa. Lleva chubasquero, nunca paraguas. No se cansa de caminar. Se para en un parque o en la calle. Duerme profundo al anochecer, se ha acostumbrado a compartir habitación.

Un aventurero inexperto lleva consigo todo tipo de cosas; aunque al final, no usa ni la mitad. Es trasnochador y sibarita, no se ducha en cualquier lugar. Planifica detalladamente la jornada, obedece a la guía y poco más. Viaja a lugares míticos, donde van las mayorías. Por supuesto, sale en sus fotos. Dice que no cuando la gente le invita a algo. Le gusta comer “de plato” y no puede pasar sin ello. Se queja con frecuencia. Cambia cada poco de modelo. Lleva paraguas, nunca chubasquero. Se cansa pronto de caminar. Se para en una cafetería o en un bar. Le cuesta conciliar el sueño, no está acostumbrado a los ronquidos de los demás.

Nadie dijo que ser un buen aventurero fuera fácil, es algo que requiere entrenamiento. El camino es arduo. Implica renunciar a muchas cosas, abandonar lo seguro por lo incierto. Pero la recompensa es increíble. Porque cuando aprendemos a despojarnos de lo material, nos enriquecemos en lo personal. Alimentamos nuestro espíritu y somos mejores personas.

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