El experto aventurero lleva consigo
lo esencial, un bulto con las justas pertenencias. Es madrugador y poco escrupuloso,
se ducha en cualquier lugar. No se agobia planificando la jornada, pide consejo
a las gentes del lugar y simplemente se deja llevar. Viaja a lugares “atípicos”,
donde van las minorías. No suele salir en sus fotos. Dice que sí cuando la
gente le invita a algo. No le importa comer bocadillos o directamente, no comer
(lo justo y necesario para sobrevivir). No suele quejarse. No cambia demasiado
de ropa. Lleva chubasquero, nunca paraguas. No se cansa de caminar. Se para en
un parque o en la calle. Duerme profundo al anochecer, se ha acostumbrado a
compartir habitación.
Un aventurero inexperto lleva
consigo todo tipo de cosas; aunque al final, no usa ni la mitad. Es
trasnochador y sibarita, no se ducha en cualquier lugar. Planifica
detalladamente la jornada, obedece a la guía y poco más. Viaja a lugares
míticos, donde van las mayorías. Por supuesto, sale en sus fotos. Dice que no
cuando la gente le invita a algo. Le gusta comer “de plato” y no puede pasar
sin ello. Se queja con frecuencia. Cambia cada poco de modelo. Lleva paraguas,
nunca chubasquero. Se cansa pronto de caminar. Se para en una cafetería o en un
bar. Le cuesta conciliar el sueño, no está acostumbrado a los ronquidos de los
demás.
Nadie dijo que ser un buen
aventurero fuera fácil, es algo que requiere entrenamiento. El camino es arduo.
Implica renunciar a muchas cosas, abandonar lo seguro por lo incierto. Pero la
recompensa es increíble. Porque cuando aprendemos a despojarnos de lo material,
nos enriquecemos en lo personal. Alimentamos nuestro espíritu y somos mejores
personas.
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