sábado, 12 de julio de 2014

Retratos ecuestres

Un sábado diferente; mi padre, yo, caballos y bocadillos de jamón. Un buen día para una buena reflexión. Y es que, los caballos son muy distintos al resto de los animales. Grácil es su anatomía, elegante su paso, sobrio su carácter y férrea su voluntad. Un animal al que podemos domar pero jamás doblegar; un animal capaz de emocionarnos y desafiarnos; de darnos la vida con una mirada o quitárnosla con una coz. Un espíritu libre e impredecible; una criatura imposible de olvidar. Un ser humano en forma de animal.

Los caballos los hay de muchos tipos; mestizos o de raza; blancos o negros, baratos o caros. Hasta ahí, nada que no sepáis; cosas que podemos aprender gracias a los libros, tratantes y ferias ecuestres. Como siempre, a mí me gusta ir un paso más allá. Y es que cada caballo tiene una personalidad propia; una forma de comunicarse, un vínculo especial con su jinete. Cuando hombre y caballo son uno, en lugar de dos. El cine nos ha dado buenos ejemplos; Seabiscuit, Perdigón, Hidalgo, Spirit o Sombragris. Y otros muchos que ahora mismo no recuerdo. Cuando el caballo es capaz de entregar su vida para salvar la de su jinete. Un acto de lealtad profunda que nos conmociona; ya que, por mucho que los amemos, ellos siempre aman más.

Hace ya unos cuantos años, tuve el placer de conocer a unos caballos muy especiales, que hoy he decidido recordar y presentaros. Ellos cambiaron mi vida y siempre permanecerán en mi memoria.

Talismán era un caballo tordo, tan sabio como resabiado. Procedente del mundo del rejoneo y con pánico atroz a bóvidos domésticos o salvajes. Increíblemente asustadizo y de corazón noble, jamás pisó a su jinete cuando este yació en el suelo. Se cuadraba y esperaba a que se levantase. Talismán murió de viejo.

Tango era un caballo alazán, extremadamente curioso y cariñoso. Procedente de una hípica y con gran predilección por los niños. Juguetón y dócil a partes iguales, se ponía de rodillas para que montase su jinete. A Tango le encantaba lamer y tirar con los dientes de la solapilla al personal. Tango fue llevado a Valladolid y ahí le perdí la pista. No pude despedirme, aunque a menudo sueño con él.

Duque era un caballo percherón, tan fuerte como obediente. De procedencia desconocida; comprado a un tratante. A veces tranquilo, a veces impetuoso, le encantaba galopar sin silla. Apenas cabía en la cuadra. Duque desapareció un buen día; sospecho que fue llevado también a Valladolid.

Cuca y Moro eran dos caballos mestizos la mar de amigables. Pertenecían a alguien que quiso desahecerse de ellos antes de que yo los conociese, sin más. Tan pequeños como simpáticos, se paseaban alegremente por ahí y nunca negaban a nadie el montarse encima. No requerían riendas y caminaban a la par. Cuca y Moro fueron vendidos a otra familia, a la que seguro llevaron mucha felicidad.

Jaleo era un potrillo negro, que acabó convirtiéndose en un caballo espectacular. De carácter huidizo e independiente, no resultó nada fácil que se dejase montar. No le gustaba que le diesen cuerda. Se daba la vuelta cuando alguien asomaba la cabeza. No aceptaba heno de desconocidos. Jaleo fue vendido a un vecino; creo que sigue por el lugar.

Silencioso As era un caballo español de los que quitan el aliento; campeón de doma clásica. Más hábil el caballo que el jinete, eso sí. Le encantaba revolcarse en la arena y lamer su piedra de sal. Disfrutaba cuando lo llevaban por ahí; aunque costaba trabajo cargarlo en el remolque. Silencioso As estuvo a punto de morir de cólico. Le perdí la pista hace un tiempo, no me cabe la menor duda de que sigue en competición.

En fin... Cada uno tiene sus debilidades. Os imagináis cual de ellos era la mía?

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