En Galicia, como en tantos otros
sitios, el idioma cambia según la zona donde nos encontremos. En la costa tenemos
lo que yo llamo “gallego mariñeiro”, caracterizado por el “seseo” y la “gheada”
y un vocabulario amplísimo en lo que se refiere a pescados y productos del mar.
A este nivel, no es lo mismo el gallego de las Rías Baixas que el de las Rías
Altas, que difiere en la conjugación de los verbos y el acento (más marcado, en
mi opinión, en la Mariña Lucense). En el interior, el gallego que se habla se
parece más (al menos fonéticamente) al que nos enseñan en la escuela, con sus particularidades
zonales y un vocabulario extenso en lo relativo a aperos de labranza y
productos del campo. Gran diversidad léxica que hace las delicias de los
propios gallegos; los del valle y los de la montaña.
En Galicia, existe pues una gran preocupación por la tierra, sobretodo en la generación de nuestros padres y abuelos. Las fincas (eidos, leiras, agros…) las delimitan los marcos (que no son otra cosa que piedras), que los vecinos desplazan a veces para ganar unos metros más de terreno. Con nocturnidad y alevosía, eso sí. Luego, la propiedad se cierra usando el somier de una cama las más de las veces. Y que viva el minifundio. Así es como nace la desconfianza que acompaña a los gallegos desde la cuna y se transmite de generación en generación. El conformismo o indecisión con los que se nos tilda, tienen su origen a su vez en nuestro carácter pacífico (siempre que no atañe a la tierra, repito) y también en nuestra perspectiva optimista de la vida “nunca choveu que non escampara”. A los gallegos no nos gusta el conflicto, por eso no “nos mojamos” en nuestras respuestas y salimos airosos de situaciones complicadas con un “depende”. Los gallegos no nos enfrentamos, aunque sí hablamos de los demás (sobre todo en el rural), siendo el tamaño de la aldea inversamente proporcional a la información que manejamos. Aunque eso no es un distintivo de los gallegos porque a todos nos gusta el cotilleo. O eso creo yo.
En Galicia, existe pues una gran preocupación por la tierra, sobretodo en la generación de nuestros padres y abuelos. Las fincas (eidos, leiras, agros…) las delimitan los marcos (que no son otra cosa que piedras), que los vecinos desplazan a veces para ganar unos metros más de terreno. Con nocturnidad y alevosía, eso sí. Luego, la propiedad se cierra usando el somier de una cama las más de las veces. Y que viva el minifundio. Así es como nace la desconfianza que acompaña a los gallegos desde la cuna y se transmite de generación en generación. El conformismo o indecisión con los que se nos tilda, tienen su origen a su vez en nuestro carácter pacífico (siempre que no atañe a la tierra, repito) y también en nuestra perspectiva optimista de la vida “nunca choveu que non escampara”. A los gallegos no nos gusta el conflicto, por eso no “nos mojamos” en nuestras respuestas y salimos airosos de situaciones complicadas con un “depende”. Los gallegos no nos enfrentamos, aunque sí hablamos de los demás (sobre todo en el rural), siendo el tamaño de la aldea inversamente proporcional a la información que manejamos. Aunque eso no es un distintivo de los gallegos porque a todos nos gusta el cotilleo. O eso creo yo.
que triste,ninguna novedad arriesgada, una sinceridad sin miedo al rechazo, que diga la soledad profunda que se siente tanto en la convivencia social, la fata de empatía, tanto en el hogar como fuera, la traición, el dar por dar sin interés, el mirarte según lo que tienes. Vivir en Galicia es contar con la soledad, sin poder confiar. Y esto sólo puedes darte cuenta cuando has vivido en diversas zonas de España, de forma intensa y socializándote. Si eres una persona culta, sensible, perceptible, inteligente y has estudiado psicología y sociología estás en tu derecho ya a hacer un dictamen de que si no fuera por la calidad de vida física, naturaleza, tener alternativas de creatividad y fuerza interior, podrías llegar a creer que no eres nada, invisible. La famosa hospitalidad gallega, ha quedado en mito de la época de las aldeas, quitado eso, y la unión con la vida natural, no queda nada. He tratado en consulta a muchas personas que venían de otras ciudades y que cuando llevaban dos años aquí tenían síntomas que no eran capaz de entender, con una inseguridad y una tristeza a la que buscaban diversas explicaciones y que incluso teniendo pareja sus problemas de convivencia y angustia amenazaban su unión. Pudieron ver claramente que no eran ellos, si no la dificultad para afrontar siendo ya adultos con una patología en el inconsciente colectivo de los gallegos. La solución era tratar a través de la facilidad de la red de hablar con amigos y familiares, visitarlos, recibir visitas y lo más pronto posible tratar de volver a sus lugares de origen huyendo de este manicomio.Fidel Castro hijo de gallegos, Franco, Raoy que evidencia con su política la rareza agobiante y desesperante del carácter gallego,y de aquí más personajes que cuando están en el poder no los sacas hasta que se mueren......a tomar nota y atreverse a pensar.
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