martes, 8 de julio de 2014

Fue bonito mientras duró

Las relaciones son como los seres vivos: nacen, crecen, se reproducen (esto es, dan sus frutos) y mueren. No duran para siempre; su existencia, al igual que la del resto de criaturas vivientes, es finita. Ya sea por incompatibilidad de caracteres, por aburrimiento, por la imposibilidad de estar en dos sitios a la vez, por una discusión absurda o simplemente porque se acaba el amor. Las relaciones que perduran en el tiempo constituyen, por tanto, la excepción que confirma la regla (aunque haberlas, hailas); por increíble que parezca en los tiempos que corren.

Lejos de mostraros una visión catastrofista de las relaciones, me gustaría haceros reflexionar sobre algo de lo que estoy plenamente convencida. Y si el hecho de que seamos tan felices con una persona está ligado a que sabemos que nuestra relación tiene fecha de caducidad? Eso es lo que nos empuja a disfrutar de cada momento como si fuese el último, a sentirnos plenos, a exprimir los pequeños placeres del día a día y a vivir el presente sin preocupaciones. En mi opinión, eso es felicidad. El problema surge, por tanto, cuando nos vemos inmersos en la monotonía, nos sentimos vacíos, no prestamos atención a las cosas pequeñas y nos obsesionamos con un futuro que no podemos controlar (haciendo planes que seguramente se irán al traste).

Las relaciones tienen una duración muy variable, desde una sóla noche hasta muchos años. La mayoría de las veces nacen por casualidad; aunque, en ocasiones, forcemos al destino para que lleguen a materializarse. Se alimentan del intercambio de gustos y opiniones y del tiempo que pasamos juntos (lo que vulgarmente llamamos "conocerse"). Si la relación no se nutre en esta fase, muere al poco tiempo; pudiendo haber dado frutos o no. Cuando digo frutos, me refiero a un gran número de cosas, desde proyectos en común hasta un mayor conocimiento de nosotros mismos (al que accedemos a través de la otra persona). Sea cual sea el final, algo bueno siempre queda. Una muesca en nuestra vida. Un recuerdo en la memoria. Una persona a la que tenemos cariño.

Por otra parte, un pensamiento muy extendido entre las personas es que "lo que no dura, no es de verdad". Algo con lo que estoy en profundo desacuerdo. Por ejemplo, el superar pronto un desamor no significa no haber querido a la otra persona; simplemente, mirar hacia delante y afrontar la vida con optimismo. Lo que importa a este respecto no es la cantidad, sino la calidad. No olvidemos que ciertas personas nos aportan en solo unos minutos mucho más que otras en toda una vida. Y eso es algo maravilloso, que debemos aprovechar. Es por eso que, una relación que dura un día puede ser más intensa que otra que dure un año (e igual de verdadera).

El ser consciente de que lo que empieza tiene un final, no debe frenarnos a la hora de entregarnos al otro, de compartir nuestros secretos o llegar a enamorarnos. Quien pondera el sentimiento a este nivel? No es justo que renunciemos a las relaciones; por el hecho de que no las vayamos a tener por siempre. Es mucho lo que perdemos en ese caso: darnos cariño, sentirnos conectados, acumular experiencias, aprender de los demás y de nosotros mismos, forjar nuestros recuerdos y construir nuestra propia vida.

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