lunes, 8 de septiembre de 2014

Adopte un finlandés

Yo, soy una de esas personas que cree en el “karma”; en que el universo, a la larga, nos devuelve lo que hacemos (sea bueno o malo), el viejo dicho “cada uno recoge lo que siembra”. Si queremos que alguien nos ayude, también hemos de prestar ayuda a alguien; es lo justo (algunos lo llaman “cadena de favores”). Es por eso que, decidí “adoptar” a un finlandés durante un par de días. Breve resumen de la experiencia y reseña de algunos de los problemas con los que se encontrará el posible anfitrión.

Lo más probable es que, en un principio, no sepa pronunciar el nombre de su huésped (tiene la opción de buscarlo en Google Traductor o, directamente aventurarse). Cuando vaya a recogerlo a la estación, lo reconocerá por su cabello rubio y su gesto perdido (prototipo nórdico 100%). Tras presentarse, su huésped le dirá que está profundamente hambriento (porque en Galicia se come “barato y bien”). El anfitrión se sorprenderá de la voracidad del mismo; se preguntará cómo es posible que comiendo de esa manera, sea escuálido de constitución. Entre bocado y bocado, compartirá con usted diversos datos sobre Finlandia (salario medio, alquileres, matrículas, etc.). A continuación, le pedirá un mapa de la ciudad y que le marque la ruta sugerida (si no ha ido previamente a la Oficina de Turismo, tendrá que improvisar).

Por la mañana, lo mandará de paseo por el centro de la ciudad. A mediodía, lo llevará a comer a un restaurante típico; nuevamente, se sorprenderá con su forma de engullir (y su gusto por el vino blanco). Entretanto, su huésped le contará cosas curiosas sobre su país; como por ejemplo, que en Finlandia se bebe leche con la comida y la cena se toma a las 6. Por la tarde, le recomendará un paseo en bici; lo más probable, es que su huésped se meta en cama y “se eche la siesta” (normal tras semejante bacanal y porque estamos en España y hay que practicar el deporte nacional). Como consecuencia, saldrá con retraso y volverá exhausto. Cuando llegue la hora de cenar, le ofrecerá “ir de tapas”; se quedará atónito cuando diga que no tiene hambre (en parte, eso lo aliviará, pues por momentos habrá temido tener que llevarlo al hospital; motivo de la consulta, posible indigestión).

Finalmente, habrá hecho un nuevo amigo que le estará esperando en Finlandia, allá donde existe un modelo educacional, donde el hockey sobre hielo es deporte nacional y hay más saunas que en cualquier otro lugar. Todo eso, a cambio de prestar su sofá. La risa compulsiva y el nistagmo, son harina de otro costal.

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