jueves, 11 de septiembre de 2014

La corrupción de la comunicación

Son muchas las personas a las que le sorprende que el mío no sea un móvil de última generación; incluyéndose en este grupo, un gran número de teleoperadores que me llaman ofreciendo las mejores ofertas (y se sorprenden cuando les digo que no estoy interesada). A pesar de ser la comunicación una de las cosas que más me fascina y, por paradójico que parezca, he decidido formar parte de lo que yo denomino, “la resistencia”. No me considero antigua; solo revolucionaria. Me opongo a la corrupción de la comunicación.

Gracias a la diversidad de aplicaciones de las que disponemos hoy en día (y a la gratuidad de las mismas), estamos permanentemente conectados. El éxito de dichas aplicaciones se fundamenta precisamente en eso, en nuestra necesidad de saber de los demás para en último término, no sentirnos solos (y combatir el llamado “virus de la soledad”); porque a diferencia del ordenador, que solíamos utilizar en casa, el móvil lo llevamos a todas partes. Antes decidíamos cuando queríamos hablar y cuando no. Ahora, ese derecho nos ha sido arrebatado. Aunque siempre nos queda la opción de no contestar; yo, no soy partidaria (todo el mundo merece que se le responda; aunque solo sea por educación).

La mayoría. Fotografía lo que compra y lo que come, piensa que a alguien eso le interesa. Habla de cosas triviales sin importar el momento. Le escribe a alguien cuando se aburre; no suele saber cómo ocupar su tiempo libre. Es capaz de tener varias conversaciones a la vez; presta a todo el mundo la misma atención. Se acostumbra a los continuos pitidos; puede optar por silenciar los grupos pero nunca deja el móvil en casa. Acaba por ocultar su última hora de conexión (me pregunto por qué; a nadie debe explicación). Consulta el móvil cada cinco minutos. Teme “estar fuera de onda” y sucumbe a la tentación; para ser, en última instancia, igual a los demás.

La resistencia. No fotografía lo que compra y lo que come; es consciente de que eso a nadie le interesa (en casos extremos ni siquiera tiene cámara). Habla de cosas importantes, solo en determinados momentos. Le escribe a alguien cuando se acuerda de esa persona; sabe perfectamente cómo ocupar su tiempo libre. Es incapaz de tener varias conversaciones a la vez; presta a cada uno la atención que merece. Se desespera al oír continuos pitidos; se olvida del móvil, lo deja en casa. No oculta nada porque nada tiene que ocultar. Consulta el móvil cuando “le cuadra”. No teme “estar fuera de onda” y lucha contra la tentación, para ser, en última instancia, distinto a los demás.

Muchos pensaréis que lo que vengo de hacer no es más que demagogia. En cierta manera, es posible, pues soy la primera que me valgo de las redes sociales para haceros llegar lo que escribo. La cuestión es que igual que la tecnología nos brinda esta posibilidad, la de intercambiar información con aquellos que están lejos; mal empleada puede convertirse en un obstáculo que se interpone entre nosotros y los que están cerca. Cuando no prestamos atención a los que tenemos enfrente porque estamos demasiado ocupados en mirar el móvil. Cuando la comunicación sirve para establecer barreras y no para romperlas; cuando tergiversamos su esencia, cuando la corrompemos. Es entonces cuando renunciamos a nuestra libertad como individuos para convertirnos en esclavos del sistema de masas.

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